Cuando los hijos se
convierten en el sostén económico y moral de los padres,
creen contar con la autoridad para ser obedecidos por
ellos.
¡Qué bonita familia la de
Don Edmundo y Doña Fina con 45 años de matrimonio y
cinco hijos.
Tienen suficientes motivos
para estar orgullosos de ella, pues sus muchachos son
hombres y mujeres de bien. Valió la pena los sacrificios
que hicieron para sacarlos adelante.
Sin embargo, ¡cómo han
cambiado las cosas!. Antes solían ser Don Edmundo y Doña
Fina los que daban consejos y - por qué no reconocerlo -
también órdenes. Pero de un tiempo para acá, cada vez
que se reúnen en familia son ellos dos los que se quedan
callados escuchando a sus hijos decirles qué es lo que
deben o no de hacer.
Por poner algunos ejemplos:
Beto quiere que su padre ponga una ferretería como la de
él. ¡Imagínese! A sus setenta años volverse empresario
cuando toda su vida fue maestro. Concha, por su lado,
quiere que su madre empiece a estudiar la prepa en la
misma escuela a la que asiste su nieta.
Y no se diga de los otros
tres que quieren que su padre aprenda computación; y que
doña Fina, que es diabética, se vuelva vegetariana y
haga aeróbics. Además, quieren convencer a ambos de
vender su vieja casa, ¡su hogar! Y se vayan a vivir a un
barrio más moderno.
Esta singular pareja no es
la única que pasa por esta situación. A medida que pasa
el tiempo y las familias crecen en edad, suele suceder
que los padres pasan de ser educadores de sus hijos a
querer ser educados por ellos. Los hijos, por lo
general, se encuentran en la etapa más productiva de la
vida. Son independientes y muchas de las veces se
convierten en el sostén económico y moral de los padres.
Por tal motivo, creen contar con la autoridad suficiente
para que sus iniciativas sean obedecidas por ellos.
Es entonces cuando surgen
las comparaciones de lo que los padres son y lo que a
juicio de sus hijos deberían de ser. Ahora todos los
comentarios empiezan con "Deberías ser como...",
olvidando que cuando se era niño no había cosa más
molesta que los padres recurrieran a las comparaciones.
Es también frecuente
hacerles ver lo que ya no son. El "antes" se convierte
para los padres ancianos en otra forma de reproche de lo
que antes fueron y que sus años ya no les permiten ser:
"Antes salías con tus amigas ", " ya no manejas como
antes", "pero si antes podías hacerlo...".
Pero la forma más grave de
hacerles sentir a los padres que ya no son lo que sus
hijos quisieran que fueran, es no escuchándolos. Es más
fácil cerrar los oídos a sus necesidades, miedos,
expectativas o preocupaciones y pensar que "están
chocheando", que tener que aceptar que, en efecto, esos
padres que algún día fueron el punto de apoyo ahora los
necesitan.
AMAR ES ACEPTAR SUS
LIMITACIONES
Es doloroso ver que aquel
papá que muchas veces acudió en auxilio cuando se estaba
en problemas, o la mamá que todo lo resolvía, son hoy
quienes necesitan de los hijos. Pero más doloroso es
aceptar que de hoy en adelante hay que andar solos por
los caminos de la vida, y que los padres han cedido la
delantera a sus hijos.
Es éste el motivo principal
del por qué muchas veces los hijos exigen a sus padres
que no dejen de ser lo que eran: quieren seguir viendo a
sus padres fuertes y seguros de sí mismos. Sus regaños y
reproches son sólo un mecanismo de defensa. Reconocer
sus limitaciones no es dejar de amarlos.
Antes se les amó por los
cuidados que prodigaron a sus hijos. "Quiero a mi mamá
porque me cuida" "Quiero a mi papá porque me enseña",
son frases que escuchamos de los niños cuando explican
por qué aman a sus padres.
Hoy se les ama porque
gracias a ellos se ha aprendido mucho y se está al
cuidado de alguien más.
Raquel Rodríguez de Estrada |