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Jun, 23, 2006


 

 

 

ENCAUZA SU REBELDÍA

Cómo aprovechar la rebeldía de los jóvenes

Por Alfonso Aguiló

Un desenfadado estudiante, llenaba sin mucho entusiasmo, un cuestionario de personalidad que le dieron en el colegio. Una de las preguntas era sobre qué entendía sobre lo que les estaba sucediendo a los jóvenes que, como él, atravesaban esa tormentosa etapa de la vida que es la adolescencia. No sé qué sucedería en su familia ni qué entendía exactamente él sobre esto, pero la respuesta fue de antología: "La adolescencia es una enfermedad que pasan los padres cuando sus hijos llegan a los catorce o quince años".

Cuando me lo contaron me hizo gracia y pensé si esa afirmación no tendría efectivamente una buena dosis de sentido común. Porque, con la llegada de la adolescencia, se produce una profunda transformación: Los hijos empiezan a ser más rebeldes, adoptan quizá un cierto aire de suficiencia, a lo mejor no platican casi nada, y dan respuestas cortantes, muchas veces escuetos monosílabos.

Todo esto es algo natural y lo extraño sería, en todo caso, que esta etapa no se presentara. En nada sorprenderá a una madre prevenida o a un padre sensato, que comprenderán que los años pasan y los hijos crecen, y que esto es lo normal. Ya volverán las aguas a su cauce.

Unos padres ingenuos y asustadizos -como quizá debieran ser los del alumno protagonista de la anécdota- probablemente se empeñen en imponer una autoridad dando gritos. Normalmente, acabarán por desesperarse al ver que a su hijo apenas reacciona, y que incluso se “amacha” en una actitud hostil y retadora. Ante esta situación, estos padres pretenden introducirse en la vida de su hijo, precisamente cuando él trata de cerrarse.

Tienen que comprender que a estas alturas les será más difícil franquear la barrera de su intimidad, porque entre los sentimientos nuevos que experimentan los adolescentes está el de no querer dejar entrar a nadie fácilmente en ella. Si se han descuidado en los años anteriores y tienen poca confianza con sus hijos, el problema tiene remedio, pero será evidentemente más difícil. Por eso es importante aprovechar las buenas oportunidades que brinda la infancia para preparar a los hijos a hacer frente a la adolescencia.

Es probable que el chico dijera que la adolescencia es más bien cosa de los padres, porque muchos padres no se dan cuenta de que su hijo ha crecido y por tanto tienen que tratarle de distinta manera, y no pretender que siga actuando como en la infancia.

No perciben que no pueden estar encima de sus hijos todo el día porque si lo hacen, o los chicos se rebelan y rompen, o se infantilizan y no aprenden a decidir. No comprenden que es mejor darles responsabilidad y luego pedirles cuentas, porque de lo contrario, lo que consiguen es problematizar la adolescencia de los hijos. El adolescente tiende a vivir apasionadamente todo. Por eso es fundamental saber discernir las potencialidades positivas que eso tiene, con objeto de encauzar toda esa fuente de energía.

Inconformismo positivo

Hay que encausar ese inconformismo, que tienen de manera natural en la adolescencia, hacia la mediocridad, es decir, que tengan inconformidad a lo mediocre, porque resulta incomparablemente mayor el número de chicos y chicas que se acaban deslizando por la pendiente de la mediocridad que por la del mal.

Deben comprender que han sido muchos los que llenaron su juventud de grandes sueños, de planes, de metas que iban a conquistar, y que en cuanto vieron que la cuesta de la vida era empinada, que todo lo valioso resultaba difícil de alcanzar, y la inmensa mayoría de la gente a su alrededor estaba tranquila en su mediocridad, entonces decidieron dejarse llevar ellos también.

La mediocridad es una enfermedad sin dolores, sin síntomas visibles. Los mediocres parecen, si no felices, al menos tranquilos. Suelen presumir de la sencilla filosofía con que se toman la vida, y les resulta difícil darse cuenta de que consumen tontamente su existencia. Todos tenemos que hacer un esfuerzo para salir de la trivialidad y no regresar a ella de nuevo. Tenemos que ir llenando la vida de algo que le dé sentido, apostar por una existencia útil para los demás y para nosotros mismos, y no por una vida arrastrada y vulgar.

Porque, además, como dice el refrán castellano: "No hay quien mal su tiempo emplee, que el tiempo no le castigue". La vida está llena de alternativas. Vivir es apostar y mantener la apuesta. Apostar y retirarse al primer contratiempo sería morir por adelantado.

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