Cómo aprovechar la rebeldía de los jóvenes
Por Alfonso Aguiló
Un desenfadado estudiante, llenaba sin mucho entusiasmo,
un cuestionario de personalidad que le dieron en el
colegio. Una de las preguntas era sobre qué entendía
sobre lo que les estaba sucediendo a los jóvenes que,
como él, atravesaban esa tormentosa etapa de la vida que
es la adolescencia. No sé qué sucedería en su familia ni
qué entendía exactamente él sobre esto, pero la
respuesta fue de antología: "La adolescencia es una
enfermedad que pasan los padres cuando sus hijos llegan
a los catorce o quince años".
Cuando me lo contaron me hizo gracia y pensé si esa
afirmación no tendría efectivamente una buena dosis de
sentido común. Porque, con la llegada de la
adolescencia, se produce una profunda transformación:
Los hijos empiezan a ser más rebeldes, adoptan quizá un
cierto aire de suficiencia, a lo mejor no platican casi
nada, y dan respuestas cortantes, muchas veces escuetos
monosílabos.
Todo esto es algo natural y lo extraño sería, en todo
caso, que esta etapa no se presentara. En nada
sorprenderá a una madre prevenida o a un padre sensato,
que comprenderán que los años pasan y los hijos crecen,
y que esto es lo normal. Ya volverán las aguas a su
cauce.
Unos padres ingenuos y asustadizos -como quizá debieran
ser los del alumno protagonista de la anécdota-
probablemente se empeñen en imponer una autoridad dando
gritos. Normalmente, acabarán por desesperarse al ver
que a su hijo apenas reacciona, y que incluso se
“amacha” en una actitud hostil y retadora. Ante esta
situación, estos padres pretenden introducirse en la
vida de su hijo, precisamente cuando él trata de
cerrarse.
Tienen que comprender que a estas alturas les será más
difícil franquear la barrera de su intimidad, porque
entre los sentimientos nuevos que experimentan los
adolescentes está el de no querer dejar entrar a nadie
fácilmente en ella.
Si se han descuidado en los años anteriores
y tienen poca confianza con sus hijos, el problema tiene
remedio, pero será evidentemente más difícil. Por eso es
importante aprovechar las buenas oportunidades que
brinda la infancia para preparar a los hijos a hacer
frente a la adolescencia.
Es probable que el chico dijera que la adolescencia es
más bien cosa de los padres, porque muchos padres no se
dan cuenta de que su hijo ha crecido y por tanto tienen
que tratarle de distinta manera, y no pretender que siga
actuando como en la infancia.
No perciben que no pueden estar encima de sus hijos todo
el día porque si lo hacen, o los chicos se rebelan y
rompen, o se infantilizan y no aprenden a decidir. No
comprenden que es mejor darles responsabilidad y luego
pedirles cuentas, porque de lo contrario, lo que
consiguen es problematizar la adolescencia de los hijos.
El adolescente tiende a vivir
apasionadamente todo. Por eso es fundamental saber
discernir las potencialidades positivas que eso tiene,
con objeto de encauzar toda esa fuente de energía.
Inconformismo positivo
Hay que encausar ese inconformismo, que tienen de manera
natural en la adolescencia, hacia la mediocridad, es
decir, que tengan inconformidad a lo mediocre, porque
resulta incomparablemente mayor el número de chicos y
chicas que se acaban deslizando por la pendiente de la
mediocridad que por la del mal.
Deben comprender que han sido muchos los que llenaron su
juventud de grandes sueños, de planes, de metas que iban
a conquistar, y que en cuanto vieron que la cuesta de la
vida era empinada, que todo lo valioso resultaba difícil
de alcanzar, y la inmensa mayoría de la gente a su
alrededor estaba tranquila en su mediocridad, entonces
decidieron dejarse llevar ellos también.
La mediocridad es una enfermedad sin dolores, sin
síntomas visibles. Los mediocres parecen, si no felices,
al menos tranquilos. Suelen presumir de la sencilla
filosofía con que se toman la vida, y les resulta
difícil darse cuenta de que consumen tontamente su
existencia.
Todos tenemos que hacer un esfuerzo para salir de la
trivialidad y no regresar a ella de nuevo. Tenemos que
ir llenando la vida de algo que le dé sentido, apostar
por una existencia útil para los demás y para nosotros
mismos, y no por una vida arrastrada y vulgar.
Porque, además, como dice el refrán castellano: "No hay
quien mal su tiempo emplee, que el tiempo no le
castigue". La vida está llena de alternativas. Vivir
es apostar y mantener la apuesta. Apostar y retirarse al
primer contratiempo sería morir por adelantado. |