Autor: Julio
Lorenzo Rego
Consecuencias del perdón
Es natural que tras la
ofensa, en cualquier persona, se disparen
automáticamente las
tendencias emocionales
negativas. Forma parte de la naturaleza humana. De esta
manera, si no hay perdón, se instaura un déficit en la
libertad, se producen unas ataduras que impiden la
progresión hacia la superación. El hombre queda
estancado, atado, maniatado, resentido, atascado,
frustrado.
Pero el hombre es un
espíritu encarnado y por lo tanto no debe eclipsar la
fuerza espiritual que en él se alberga, so pena de
quedarse limitado a un ser incompleto.
Si permite que la dimensión
espiritual le complete entonces se produce un giro, el
cambio liberador, un cambio de
signo, de la esclavitud a la libertad, de la frustración
a la liberación, de la
amargura a la felicidad, del estancamiento a la
progresión.
Este cambio produce
consecuencias a dos niveles: psicológico y espiritual.
Nivel psicológico
De la resignación
inicial, y gracias al perdón, se llega a la aceptación.
Son dos conceptos totalmente contrarios aunque se
confunden con frecuencia. La resignación es negativa y
no produce más que dolor. La aceptación es positiva y,
como veremos, lleva a la felicidad.
La aceptación de un bien
y también de un mal produce tranquilidad y esta tiene
simultáneamente dos consecuencias. Por un lado, en
nuestro interior se opera un estado de paz interior que
por sí misma es liberador; el organismo ya no está
atado, es libre, puede pensar y actuar como es debido,
como todo ser auténticamente libre. Por otro, desde el
estado de tranquilidad se facilita el sentimiento de
conmiseración por el otro que a la vez tiene dos
efectos. El primero me induce a la intercesión por él y
además el otro percibe el amor que le brindo y esto
revierte sobre mí en una
predisposición favorable de su
persona hacia la mía, es decir, en un acercamiento
amistoso.
De esta manera se
demuestra cómo de una ofensa real o de la percepción de
un hecho como ofensivo, gracias al perdón, en lugar de
resentimiento y consiguiente daño propio
y ajeno se logra un estado de
paz interior y de amistad. Es decir, se logra
transformar un
sentimiento negativo en positivo.
Una observación
interesante. Si nos damos cuenta, al tener resentimiento
le estamos
concediendo a otra persona la
potestad de coartar nuestra felicidad, le estamos
entregando la llave de nuestra felicidad. Esta nunca
deber estar sometida o depender de factores
circunstanciales sino que debemos descubrir que la
felicidad anida en nuestro interior; pero hay que saber
descubrirla. Al romper con el resentimiento y optar por
el perdón recuperamos la libertad.
En otro orden de cosas,
se la persona se habitúa a aceptar las ofensas y las
dificultades, ya no tendrá que hacer denodados esfuerzos
en el futuro para evitar la
resignación sino que
automáticamente estará consiguiendo la aceptación de
esas ofensas y dificultades.
Nivel espiritual
Al perdonar nuestro
corazón se dilata, se esponja y de esta forma se hace
permeable al
amor misericordioso de Dios. Él
respeta tanto nuestra libertad que condiciona su acción
a nuestra determinación. Dios
nos perdona si nosotros queremos, si se lo pedimos, si
nos arrepentimos y si perdonamos al prójimo. Si no se
dan estos requisitos Dios no puede perdonarnos.
No en vano en el
Padrenuestro que Cristo nos enseñó imploramos, “perdona
nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los
que nos ofenden”; entendiéndose perfectamente que
anteponemos el perdón al prójimo como condición para
recibir el perdón personal.
La próxima semana será
la última parte de este brevísimo curso y hablaremos de
las características que debe tener el perdonar para que
el perdón sea verdadero.
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