Autor:
Padre Alejandro Cortés González-Báez
¿Se
ha percatado usted de que las dos acciones encaminadas a
mantener al género humano sobre la tierra alimentación y
generación- producen placer? Soy de la opinión de que el
Creador lo quiso así pues de lo contrario habría
quienes, por el trabajo que supone preparar los
alimentos y comerlos, y por las responsabilidades que
supone el tener hijos, ni
comerían, ni procrearan.
Ahora bien, entre tanta basura que encontrarnos en las
librerías sobre sexualidad, resulta difícil topamos con
autores que manejen el tema respetando la calidad y la
enorme belleza de un acto que tiene el poder de hacer a
dos seres humanos distintos uno sólo, y que además posee
la capacidad de transmitir la existencia a otro ser de
la misma categoría y dignidad.
Las
relaciones matrimoniales son, pues, una de las acciones
más nobles que un hombre y una mujer pueden llevar a
cabo, y que difícilmente pueden ser superadas por sus
consecuencias. Pero de acuerdo a su misma naturaleza, y
por los fines que persiguen, están sometidos a unas
reglas. Es cierto que cualquier estúpido puede embarazar
a una mujer, y cualquier mujer puede dejarse embarazar
por cualquier zonzo, pero no todos los hombres ni todas
las mujeres tienen la capacidad para ser auténticos
padres.
Dejando a un lado el fin procreativo, quisiera
concentrarme en el fin unitivo, es decir, el acto sexual
considerado como un medio para conseguir el
fortalecimiento del amor que se han prometido los
esposos y que quizás en muchos casos y, por motivos
diversos, se ha debilitado o, incluso, desaparecido.
Como es fácil entender, nos encontramos ubicados en un
tema de enormes consecuencias tanto a nivel espiritual,
psíquico, afectivo, personal, como de repercusiones con
la pareja y de trascendencia a toda la vida familiar.
Hace
poco pude observar a unos señores muy respetables
disfrutar de un pasatiempo poco común. Los vi
entretenidos con unos juguetes estupendos: armas de
fuego. Contemplé cómo se deben manejar esos objetos a
los que la gente les teme tanto por los daños
irreparables que pueden ocasionar, pero que en manos
expertas son como un automóvil guiado por alguien
prudente y hábil.
Las
relaciones maritales son un recurso maravilloso para
defender la fidelidad matrimonial, pero también pueden
hacer mucho daño cuando se convierten, por su presencia
o por su ausencia, en medios de venganza, cuando, por
ejemplo, el marido se encuentra con el cadáver de su
esposa en el que no está su alma, y por lo tanto,
incapaz de dar amor- o cuando la mujer no está en
contacto con un ser humano, sino con un animal al que no
le preocupa otra cosa que satisfacer su placer.
Un
principio básico en los estudios de moral es el
distinguir los actos del hombre de los actos humanos, y
la diferencia estriba en que el acto humano es el que se
realiza usando la inteligencia y la voluntad, a
diferencia de un bostezo, de un estornudo o de la
digestión. No debemos pasar por alto que todos las
relaciones maritales han de ser actos propiamente
humanos, de forma que, en todos y cada uno de ellos, se
realice ese encuentro de dos seres que se respetan y se
entregan recíprocamente por amor.
Es
cierto que todo hombre ha de respetar las condiciones
físicas y anímicas de su mujer durante todo el día y
especialmente al final de cada jornada, pero de igual
forma, ella está obligada a reservar energías durante su
labor para que cuando esté con su esposo pueda regar con
amor el árbol del amor... a pesar de que ello exija
esfuerzo. Todo esto servirá de manera muy efectiva para
fomentar un ambiente de diálogo al día siguiente, y toda
la vida. No perdamos de vista, y esto va para los dos,
que cuando hacemos sentir bien a alguien, creamos entre
nosotros empatía, agradecimiento y por lo mismo, buenas
disposiciones para el trabajo en equipo, y el matrimonio
siempre será trabajo en equipo.
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