Ahora conocerás el final de este cuento que te hará
reflexionar.
Tomado
de Encuentra
Y, efectivamente, pasaron seis meses. El soldado comenzó
a sangrar a las pocas semanas. Eran gotas
imperceptibles. Las puntas de los alfileres se habían
clavado en su carne creando millones de heridas
imperceptibles, tan menudas que era imposible verlas y
por tanto curarlas. El soldado sufrió una agonía larga,
aunque indolora. Simplemente moría un poco cada segundo.
Hasta que un día, sin que nadie pudiera evitarlo, el
soldado cayó muerto ante el irremediable mal que el
mercenario había arrojado sobre él.
El príncipe, con mueca maligna, esperaba ansioso la
llegada del cautivo, su perenne enemigo había caído en
su trampa, creyendo que aún estando preso nada podrían
contra él. “Muy equivocado” meditó el príncipe.
Las horas de espera fueron largas y llenas de agitación.
El mismo aire escapaba de los pulmones del soberano que
esperaba ansioso la llegada del cautivo.
De pronto, se abrieron las puertas del recinto y los
soldados arrojaron al centro de la pieza una figura de
deslumbrante belleza. Ni siquiera los golpes brutales
habían podido empañar aquel rostro resplandeciente. No
era esa belleza lo que enervaba al príncipe, era aquel
poder que tenía de rejuvenecer a quien tocara, de llenar
de esperanza el corazón que acariciaba. El soberano del
castillo detestaba profundamente el brillo que aquel
enemigo imprimía en aquellos a los que se acercaba.
El príncipe se puso de pie y se acercó al pálido
prisionero. Sin tocarlo (no podría soportarlo) le habló
muy cerca del oído.
-Te has burlado de mí. Me has humillado, has hecho lo
que has querido en lo que me pertenece. Has resistido
todos mis ataques. El Mal Carácter, con su martillo te
debilitó, pero seguiste en pie. La ambición con su
belleza sensual te arrebató pero no te mató. Y lo mismo
ocurrió con la Enfermedad,
la Pobreza, y con todos mis aliados.
El príncipe sonrió malévolo y mientras caminaba en
círculos contra su contrincante, paladeando el momento
de su triunfo.
-Creíste que todo lo podías... mmmm... Amor... Amor...
–repitió el príncipe diciendo aquel nombre casi con
asco- ¿Quién te crees tú que eres? ¿De donde has salido?
¿Por qué osas meterte en mis dominios? ¿No sabes que yo,
el Odio, tengo poder en toda la tierra? ¿No sabes que
soy más astuto, más viejo, más inteligente y más
poderoso que tus seres humanos, a los que tanto cuidas?
Amor... Qué nombre tan repugnante. “Nada puede contra el
amor” –dijo el príncipe con expresión burlona- “El amor
lo puede todo, el amor rompe barreras” ¡Basura! –la
expresión del príncipe se volvió rabiosa y atroz y
mientras hablaba sus manos temblaban de la ansiedad con
las que las pronunciaba. “Este es MI tiempo, MI momento,
MI mundo...”
El príncipe se desplomó pesadamente en su trono.
-Pero ha llegado tu fin. ¡Traigan al mercenario!
Las órdenes fueron cumplidas de inmediato, y ahí
apareció la ordinaria figura del interesado. Caminó
hasta donde estaba el Amor. Con rostro impasible le
observó.
El príncipe dijo entonces “¡Hazlo!”. El guerrero de
aspecto normal metió su mano enguantada en una bolsa y
extrajo una miríada de sus artefactos mortales. Hizo el
ademán necesario para arrojarlo cuando el príncipe
interrumpió la ejecución.
-¡Espera! Antes de que lo hagas... ¿Cuál es tu nombre?
El combatiente ordinario solo pronunció dos palabras.
-La rutina.
No te dejes atrapar por este enemigo que asecha día con
día nuestra vida y que muchas veces entra a ella sin que
nos demos cuenta.
Lic. Rosa Elena
Ponce V. |