Otra leyenda para
esta
época
En el
palacio de Herodes, soberano de Judea, reinaba un
extraño malestar desde que el monarca había sido
informado de que en el país había nacido un niño, del
cual se decía que en el transcurso de su vida iba a
tener un poder extraordinario como correspondía al Hijo
de Dios. Herodes no podía comprender el alcance de ese
poder ni que el reino de Jesús no era de este mundo,
sino del Cielo. Sólo pensó que en cuanto creciera iba a
intentar coronarse rey y destronarlo a él; así es que,
cuando los tres magos de Oriente que iban en busca del
Niño Jesús pasaron por Jerusalén, el rey Herodes los
hizo llevar a su presencia, pidiéndoles que en cuanto
hallaran aquel Niño que buscaban se lo comunicaran, pues
él también quería ir a adorarle. Sin embargo, los reyes
magos, una vez hubieron hallado y adorado al Salvador,
fueron avisados por medio de un ángel de que no debían
decir nada a Herodes, puesto que sus intenciones no eran
las de adorarlo como ellos, sino de exterminarlo. De
modo que se marcharon cada uno por un lado distinto, sin
informarle de nada.
Entonces
Herodes, desesperado, mandó pelotones de soldados por
todo el reino con orden de exterminar a todos los niños
de hasta dos años que hallaran pensando que entre ellos
se hallaría el Niño Jesús tan temido por él.
Entretanto, la Sagrada Familia, por indicación divina,
emprendía la huida a Egipto, perseguida por los soldados
de Herodes, y cuando pasaron junto a un campo en donde
un hombre anciano y un jovencito terminaban las faenas
de la siembra del trigo, el Niño Jesús se dirigió a
ellos, quienes, muy sorprendidos de que un niño tan
pequeño les hablara con la corrección de una persona
mayor y, mudos de asombro, le oyeron pronunciar estas
palabras: «La paz sea con vosotros,
vayan a
buscar sus
hoces porque dentro de muy poco
deberán
segar ese trigo que
acaban
de sembrar.» Ante estas palabras los buenos campesinos
comprendieron que se hallaban en presencia del Mesías, y
cayendo de rodillas le adoraron. Entonces Jesús
continuó: «Unos soldados nos persiguen, llegarán hasta
aquí y les
preguntarán si nos
han
visto pasar;
ustedes
les responderán
que ciertamente hemos pasado por aquí cuando
terminaban
de sembrar el trigo.»
Dicho
esto, San José, la Virgen y el Niño Jesús se alejaron.
Entretanto, los dos campesinos fueron a buscar sus hoces
y, cuando regresaron, vieron que en tan corto espacio de
tiempo el trigo había crecido y madurado, y donde
momentos antes sólo se veían grumos de tierra, unas
espesas y hermosas espigas de dorado trigo lo cubrían
todo, meciéndose al viento.
Entusiasmados, empezaron a segarlo y a formar gavillas
con él. Al poco rato, unos soldados aparecieron y les
preguntaron si habían visto pasar por allí una mujer y
un hombre llevando con ellos a un niño de corta edad, a
lo que el más anciano de los campesinos respondió: «Sí,
ciertamente, por aquí pasaron cuando aún no habíamos
terminado de sembrar el trigo que ahora segamos.»
Entonces el capitán que mandaba a los soldados dijo: «Vámonos,
muchachos, si ellos pasaron por aquí cuando sembraban el
trigo que hoy recogen, han tenido tiempo de ir tan lejos
que jamás los alcanzaríamos.» y volviendo sobre sus
pasos se alejaron, haciendo sonar ruidosamente sus
armas.
Y así
fue como, sin decir mentira alguna. aquella buena gente
logró desorientar a los implacables perseguidores de
Jesús, Y la Sagrada Familia pudo llegar a Egipto y
eludir el terrible castigo de Herodes.
Lic. Rosa Elena
Ponce V. |