La persona que va creciendo en madurez mental y
emocional, va creciendo en libertad.
En
efecto, al tener criterios firmes y convicciones
propias, fruto de su madurez mental, no es fácil presa
de la manipulación, de las modas, de lo novedoso, del
qué dirán….Por otra parte, su autodominio, fruto de la
madurez emocional, le libera de las ataduras de la
comodidad, de la pereza, de los instintos,… La madurez
social le capacita para abrirse al amor.
¿Que
papel juegan los valores en este proceso de maduración?
En la tarea de educar, convendrá tener muy claro que la
adquisición de unos valores u otros depende de la edad.
Los valores no se adquieren a la vez ni de manera
anárquica, sino que requieren un proceso acorde con la
edad psicológica, carácter, etc. de la persona.
Esto
nos recuerda que la educación es un proceso personal,
que cada persona sigue un ritmo distinto y que la
masificación supone un golpe fatal a la educación.
La
maduración no es “ir quemando etapas” sino pasar de una
a otra paulatinamente. Los valores se entrelazan unos
con otros: ser laborioso exige ser ordenado, constante,
recio: ser responsable exige ser sincero, honesto, etc.
El
proceso de maduración implica adquirir valores, una
lucha concreta en la que la persona no se quede en
soñadores deseos de mejora sino que día a día y con
actos concretos vaya poniendo por obra esos deseos. Esto
se conoce como adquisición de
hábitos.
Resulta
una quimera querer ser ordenado sin realizar actos
concretos de orden (horario, recoger los libros después
de estudiar, etc.) o ser sincero si no se ejercita la
sinceridad cada día, hasta en aquello que llamamos
“mentiras inocentes”.
Sería,
por otro lado una falta de maduración (tanto en el
adolescente como en el adulto) el que se repitieran
estos actos sin que la persona los tomara como propios,
es decir, que los realizase sin interiorizarlos, o por
el miedo a ser visto y no por un acto de libertad.
Un signo de madurez es ser sincero, ordenado o solidario
porque se quiere serlo, porque se entiende que eso es lo
bueno.
Este argumento es muy válido entre los adolescentes
quienes siempre dicen hacer las cosas porque quieren.
Obviamente los argumentos anteriormente expuestos no son
válidos para los niños pequeños. A estos habrá que
ayudarles para que realicen aquellos actos, hábitos, de
que hablamos, y hacerles ver la bondad de lo que hacen
(ayudar a poner la mesa, decir la verdad, etc.) y la
alegría que produce el bien.
Quien
repitiera los hábitos de manera mecánica, sin haber
interiorizado su valor y sin hacerlos propios, estaría
en un proceso de adiestramiento (repetición mecánica) y
no de educación, ya que, como ya se ha dicho, la
educación exige libertad y responsabilidad personal.
Por
tanto la educación exige un proceso de mejora personal
encuadrado dentro de la libertad y globalmente orientado
hacia el amor. La adquisición libre de valores ayuda
en el proceso de maduración de la persona llevándole a
ser mas plenamente persona, con más capacidad de amar y
por tanto más capaz de ser feliz.
Lic. Rosa Elena
Ponce V. |