Por Carlos Devis
El
joven Demóstenes soñaba con ser un gran orador, sin
embargo este propósito parecía una locura desde todo
punto de vista. Su trabajo era humilde, y de extenuantes
horas a la intemperie. No tenía el dinero para pagar a
sus maestros, ni ningún tipo de conocimientos. Además
tenía otra gran limitación: era tartamudo.
Demóstenes sabía que la persistencia y la tenacidad
hacen milagros y, cultivando estas virtudes, pudo
asistir a los discursos de los oradores y filósofos más
prominentes de la época. Hasta tuvo la oportunidad de
ver al mismísimo Platón exponer sus teorías.
Ansioso
por empezar, no perdió tiempo en preparar su primer
discurso.
Su
entusiasmo duro poco: La presentación fue un desastre.
Fue un gran fracaso. A la tercera frase fue interrumpido
por los gritos de protesta de la audiencia:
-¿Para
qué nos repite diez veces la misma frase?-dijo un hombre
seguido de las carcajadas del público.
-¡Hable
más alto! -exclamó otro-. No se escucha, ¡ponga el aire
en sus pulmones y no en su cerebro!
Las
burlas acentuaron el nerviosismo y el tartamudeo de
Demóstenes, quien se retiró entre los abucheos sin
siquiera terminar su discurso.
Cualquier otra persona hubiera olvidado sus sueños para
siempre. Fueron muchos los que le aconsejaron -y muchos
otros los que lo humillaron- para que desistiera de tan
absurdo propósito.
En vez
de sentirse desanimado, Demóstenes tomaba esas
afirmaciones como un desafió, como un juego que él
quería ganar.
Usaba
la frustración para agrandarse, para llenarse de fuerza,
para mirar más lejos. Sabía que los premios de la vida
eran para quienes tenían la paciencia y persistencia de
saber crecer.
-Tengo
que trabajar en mi estilo.- se decía a sí mismo.
Así fue
que se embarcó en la aventura de hacer todo lo necesario
para superar las adversas circunstancias que lo
rodeaban. Se afeitó la cabeza, para así resistir la
tentación de salir a las calles. De este modo, día a
día, se aislaba hasta el amanecer practicando.
En los
atardeceres corría por las playas, gritándole al sol con
todas sus fuerzas, para así ejercitar sus pulmones. Más
entrada la noche, se llenaba la boca con piedras y se
ponía un cuchillo afilado entre los dientes para
forzarse a hablar sin tartamudear. Al regresar a la casa
se paraba durante horas frente a un espejo para mejorar
su postura y sus gestos.
Así
pasaron meses y años, antes de que de que reapareciera
de nuevo ante la asamblea defendiendo con éxito a un
fabricante de lámparas, a quien sus ingratos hijos le
querían arrebatar su patrimonio.
En esta
ocasión la seguridad, la elocuencia y la sabiduría de
Demóstenes fue ovacionada por el público hasta el
cansancio.
Demóstenes fue posteriormente elegido como embajador de
la ciudad. Su persistencia convirtió las piedras del
camino en las rocas sobre las cuales levantó sus sueños.
Tú lo sabes: cuando realmente has sido persistente y has mantenido tu
compromiso, muchas veces en tu vida, has convertido en
posible lo imposible. Nunca lo olvides.
Sólo por hoy elige pensamientos
y emociones positivas. Notarás la diferencia.
Lic. Rosa Elena
Ponce V. |