Para ser obedecidos los padres debemos primero aprender
a mandar
Tomado de
la colección “Hacer Familia”
Aprender a mandar, enseñar a obedecer
En
muchos casos, el éxito de la autoridad ante el chico de
esta edad está más en cómo se manda que en lo que se
manda. El modo de mandar es lo que hace que valore esa
autoridad de los padres, más que la importancia de lo
que dicen.
A ver, pon ejemplos.
Al
proponerle que haga algo, no puede darse la sensación de
mandar por comodidad personal y, mucho menos, con aire
de señor feudal sobre sus siervos. Es bueno que vea que
nos molestamos nosotros primero. Y como el ejemplo
arrastra, aceptarán así mejor el mandato. Si ven que
papá ayuda a mamá en las tareas domésticas, él entenderá
que debe hacer lo mismo sin necesidad de que nadie se lo
explique.
Lo que mandemos ha de ser razonable. Y si es posible, que también lo parezca. A esta edad
suelen ser muy razonables y un esfuerzo, un sacrificio
incluso, será aceptado de buen grado si desde el
principio se considera como una condición precisa para
la buena marcha de algo (de la vida familiar, por
ejemplo).
Otra
regla básica del ejercicio de la autoridad es no
multiplicar las órdenes o prohibiciones. Y más aún
si se tratara de exigencias casi imposibles de cumplir.
No se puede, por ejemplo, pedirle a esta edad que esté
callado y quietecito un rato largo, o que no juegue
cuando con ello no molesta a nadie, o que esté
estudiando sin levantar la vista durante tres horas
seguidas. En estos años, el niño es todo movilidad, y
necesita divertirse, debemos comprender su exuberancia
vital.
Hay que mandar lo que razonablemente se pueda exigir.
Y en
esto debemos ser realistas, pues las personas necesitan
de cierto entrenamiento, necesitan aprender, y eso
requiere tiempo no podemos pedirle a un niño que tienda
su cama si nunca le hemos enseñado a hacerlo.
Piensa también que no se debe hacer promesas que no se piensen cumplir,
ni amenazas que no se quieran luego ejecutar.
Al
tener el chico, como ya hemos dicho, un profundo y
vivísimo sentido de la justicia, sufre mucho cuando
piensa que sus padres actúan injustamente. Por ejemplo,
si dan señales de preferencia entre hermanos, o toman
partido por éste o por aquél. El chico juzga conforme a
lo que ve, y a veces le faltan datos.
Por eso no basta con ser justo, también es preciso parecerlo.
"Nadie
engaña impunemente a un niño", dice Courtois. Los
padres que emplean la mentira se desautorizan.
La mentira, además de inmoral, es mala aliada e indica pobreza de
recursos.
Si
actuamos con rectitud, no será preciso mentir. Todo
tendrá su explicación natural. No sería nada formativo,
por ejemplo, aunque sea en cosas de poca importancia que
vieran a su padre decir que no está cuando recibe una
llamada telefónica inoportuna. O que no advierte al
dependiente que le ha devuelto dinero de más. O que
comenta cómo ha engañado con una tontería al hermano
pequeño que no quería tomarse el biberón. O muchas otras
actuaciones semejantes.
Seguiremos la próxima semana con la educación en la
confianza.
Lic. Rosa Elena
Ponce V. |