En un clima de confianza los chicos siguen la autoridad
por convicción y no por miedo al castigo.
Tomado
de la colección "Hacer Familia”
El
miedo a la libertad. Educación en la confianza
La
autoridad ha de exhibirse lo menos posible. Cada vez que
se emplea se expone a un riesgo y sufre un desgaste. Tan
grave es no usar de la autoridad cuando es preciso
hacerlo, como emplearla de modo tan reiterado que
acabemos por perderla.
Esto
supone aprender a hacerse el despistado de vez en
cuando, exponerse a ser engañado en cosas de poca
importancia con una ingenuidad sólo aparente antes que
mantener ante los hijos una actitud de desconfianza o
recriminación constantes. Son precisamente las actitudes
desconfiadas las que hacen al chico de diez o doce años
adiestrarse en la técnica de la mentira.
No es bueno manifestar incredulidad: la educación debe basarse en la
confianza.
Deseche las sospechas injustas. La confianza ayuda a que
le duela sinceramente haberlos defraudado. Cree un
ambiente de libertad en el que se sienta a sus anchas
sin estar rodeado de controles, y el buen ejemplo
rendirá sus frutos.
La
libertad no está reñida con la autoridad y la
disciplina, sin las cuales será muy difícil que cada
cual pueda, sin herir a otro, gozar de libertad de
movimientos o de expresión. Mala cosa sería que el chico
se acostumbrara a oír repetir a sus padres una
determinada orden varias veces. Así, cada día tardará
más en obedecer, y en muchas ocasiones ni siquiera
llegará a hacerlo.
No es
nada educativo, por ejemplo, llamarle cinco veces para
que se levante, la última con suficiente tiempo todavía
para llegar holgadamente al colegio. Si el chico no es
obediente, es mejor que le llames a la hora en que vas a
exigirle que se levante. De lo contrario, desgastas tu
autoridad, y cada día tendrás que ejercerla de forma más
dura para lograr los mismos resultados. Y cada día será
más difícil recuperar el terreno perdido.
A veces
esas crisis de autoridad en la familia provienen de que
se desautorizan mutuamente unos a otros ante el chico.
Se echa la culpa al otro cónyuge, o a las
condescendencias de la abuela, o al ausente, pero no se
busca el acuerdo de todos para poner remedio.
La falta de acuerdo entre los esposos al educar a los hijos es la causa
de muchos fracasos. Es
preciso ponerse de acuerdo para convenir una solución
sobre el modo de actuar en cuestiones concretas. Hará
falta, como siempre que intervienen dos o más personas
en una decisión, que cada uno ceda en algo de su idea
inicial para lograr un acuerdo sin imposiciones.
La
próxima semana continuaremos con los efectos que produce
el etiquetar negativamente a los hijos.
Lic. Rosa Elena
Ponce V. |