Si una corrección no produce la mejora personal, no
tiene razón de ser.
Tomado de la colección
"Hacer Familia”
La
reprensión
Es
llamativa la autoridad natural de quien rara vez se
enfada. Suelen ser personas con una serenidad y un
dominio de sí mismos que resultan atractivos e infunden
respeto.
Lo
normal es que una reprensión se pueda hacer estando de
buenas, y en ello va gran parte de su eficacia. Hay que
tener sensibilidad para:
·
escoger
el momento adecuado;
·
buscar
unas circunstancias que no humillen;
·
procurar hablar a solas y estando de buen humor;
·
ponerse
en su lugar;
·
dejarle
una salida airosa;
·
saber
intercalar unas palabras de afecto que alejen cualquier
impresión de que se corrige por disgusto personal;
·
mostrar
la convicción de que va a mejorar y corregir la conducta
inadecuada.
La inoportunidad y la falta de diplomacia son errores graves.
Nada conseguirá un padre o una madre que reprenda a sus
hijos a gritos, dejándose llevar por el mal genio,
amedrentando, imponiendo castigos precipitados, haciendo
descalificaciones personales o enmiendas a la totalidad,
o sacando trapos sucios y antiguas listas de agravios.
Si no somos educados al corregir, no estamos
educando.
Recuerdo el caso de un muchacho al que el miedo
aterrador a sus padres llevó a una fabulosa sucesión de
mentiras, tejiendo un verdadero castillo de naipes que
acabó finalmente por caer, con un elevado costo
familiar. El caso es que los motivos que el muchacho
daba para haber hecho todo eso eran quizás
injustificados, pero comprensibles.
El mal
genio de sus padres, los castigos irreflexivos y
desproporcionados, y los repetidos disgustos familiares
que cualquier tontería provocaban, acabaron por
retraerle con un miedo que para él, a esa edad resultaba
insuperable.
La
versión de los padres era sobrecogedora y sin margen
alguno para reconocer su propio error. Toda su
existencia había sido un continuo querer llevar la razón
y dejarse arrastrar por el mal genio y la amenaza, y en
absoluto querían esforzarse por comprender a su hijo.
No
estaban acostumbrados a atenerse a razones y tuvo que
encargarse el paso del tiempo bastante tiempo de
hacérselo ver. La vida les hizo sacar experiencia de lo
conveniente que es facilitar la sinceridad si se quiere
sinceridad, y de no escandalizarse tontamente por lo que
ellos mismos habían propiciado.
La precipitación al castigar produce injusticias que a los chicos les
parecen tremendas.
Es mejor tomarse el tiempo necesario para oír las dos
campanas o más, si es el caso, conocer la fiabilidad de
cada versión, cerciorarse de la culpabilidad de cada
uno, y entonces, ya serenos y con elementos de juicio,
decidir lo más oportuno.
Y hay
otro elemental principio jurídico, que ya recogía del
Derecho Romano que puede aplicable al entorno familiar:
No
se puede juzgar a nadie sin haberle antes escuchado.
A pesar
de lo evidente que resulta y de lo antiguo de su origen,
se olvida con frecuencia.
La
próxima semana veremos como crear un ambiente de
confianza y libertad para ejercer la autoridad
asertivamente.
Lic. Rosa Elena
Ponce V. |