Colaboración: Luz Ma. Herrera
Un
joven y exitoso ejecutivo paseaba a toda velocidad en su
auto Jaguar S Type 2007, sin ningún tipo de precaución.
De
repente, sintió un estruendoso golpe en la puerta, se
detuvo y, al bajarse, vio que un ladrillo le había
estropeado la pintura y había abollado la puerta de su
lujoso auto.
Se
subió nuevamente al auto lleno de enojo, dio un brusco
giro de 180 grados, y regresó a toda velocidad al lugar
donde vio salir el ladrillo que acababa de desgraciar lo
hermoso que lucia su exótico auto.
Salió
del auto de un brinco, y agarró por los brazos a un
chiquillo, y empujándolo hacia el auto estacionado le
gritó:
- ¿Qué
rayos fue eso?, ¿Quién eres tú?, ¿Qué crees que haces
con mi auto?.
Enfurecido, casi echando humo, continúo gritándole al
chiquillo:
- ¡Es
un auto nuevo, y ese ladrillo que lanzaste va a costarte
muy caro! ¿Por qué hiciste eso?
Por
favor, señor, por favor. ¡Lo siento mucho! No sabía qué
hacer, -balbuceó el pequeño- Le lance el ladrillo porque
nadie se detenía...
Las
lágrimas bajaban por sus mejillas hasta el suelo,
mientras señalaba hacia el otro lado del auto
estacionado.
Es mi
hermano, -le dijo. Se descarriló su silla de ruedas y se
cayó al suelo... y no puedo levantarlo".
Sollozando, el chiquillo le preguntó al ejecutivo:
¿Puede usted, por favor, ayudarme a sentarlo en su
silla? Está golpeado, y pesa mucho para mi solito...
Soy muy pequeño.
Visiblemente impactado por las palabras del chiquillo,
el ejecutivo tragó grueso el taco que se le formó en su
garganta.
Indescriptiblemente emocionado por lo que acababa de
pasarle, levantó al joven que padecía parálisis cerebral
del suelo, lo sentó nuevamente en su silla, y sacó su
pañuelo de seda para limpiar un poco las cortaduras y
la tierra que tenía sobre las heridas del hermano de
aquel chiquillo tan especial.
Luego
de verificar que se encontraba bien, miró al chiquillo,
y éste le dio las gracias con una sonrisa que no tiene
posibilidad de describir nadie.
- DIOS
lo bendiga, señor... y muchas gracias, le dijo.
El
hombre vio como se alejaba el chiquillo empujando
trabajosamente la pesada silla de ruedas de su hermano,
hasta llegar a su humilde casita.
El
ejecutivo aún no reparó la puerta del auto, manteniendo
la hendidura que le hizo el ladrillazo, para recordarle
el no ir por la vida tan distraído y tan de prisa que
alguien tenga que lanzarle otro ladrillo para que preste
atención.
Dios normalmente nos susurra en el alma y en el corazón,
pero hay veces que tiene que lanzarnos un ladrillo a ver
si le prestamos atención.
Tu escoges: Escuchar el susurro... o recibir el ladrillazo…
Lic. Rosa Elena
Ponce V. |