Existe una realidad en la que todos los seres humanos de
todos los tiempos y de cualquier lugar están de acuerdo:
el hombre
anhela la felicidad.
La
pretendemos de una manera mas o menos explícita, con mas
o menos ansia, pero en cualquier caso, lo sepa o no, el
hombre ha sido creado para ser feliz.
La
felicidad es, en cierta medida, llevarse bien con los
otros, con el mundo y con uno mismo. De estas relaciones
es probablemente la tercera la más ardua de conseguir,
de manera que cuando se alcanza, las otras dos (con los
otros y con el mundo) surgen espontáneamente. ¿Qué
significa llevarse bien con uno mismo?. Conoces la
verdad total de la persona junto con la actitud de lucha
orientada hacia los valores que la perfeccionan, valores
que están coronados por el amor.
Otra
idea que convendría exponer es que la felicidad no se
puede plantear como un objetivo a conseguir
directamente. Es más bien la consecuencia de haber hecho
una determinada opción valiosa en la vida y del esfuerzo
en seguir fiel e ilusionadamente dicha opción, superando
los obstáculos que puedan surgir: es como un don, un
regalo, que uno recibe como recompensa del esfuerzo
puesto en la búsqueda del bien verdadero.
Como
resultado de lo anterior, se ve que la felicidad no se
encuentra cuando es directamente buscada y concebida
como un derecho, ya que este modo de actuar o pensar
genera egoísmo, y este es incompatible con la felicidad.
Además, según muchos autores la búsqueda directa de la
felicidad genera ansiedad, de la misma manera que la
búsqueda afanosa del sueño en una noche de insomnio
genera frustración y más insomnio.
La
felicidad se vive en presente y se consigue en pequeñas
parcelas como consecuencia de la obra bien hecha. Cada
acto de valor, cada acto de generosidad, de sinceridad,
de solidaridad produce en la intimidad del hombre un
atisbo de lo que es la auténtica felicidad, una
satisfacción profunda que nada tiene que ver con lo que
produce la compra de una automóvil nuevo.
Ante
una intensa tarde de estudio los padres podrán preguntar
al hijo “¿estás contento?, ¿satisfecho del esfuerzo? Te
has cansado pero merece la pena”. En estos diálogos
familiares convendrá contarles el esfuerzo que supone el
trabajo realizado ese día, no como una queja sino como
constatación de que el trabajo bien hecho siempre exige
esfuerzo, y a la vez es una escuela de alegría donde se
aprende a marchar por el camino de la felicidad.
Haber
ayudado a un compañero en su trabajo, haber puesto todo
el esfuerzo en un trabajo de grupo sin pensar si los
otros hacen lo mismo, sentirse querido
incondicionalmente en la familia, son situaciones
cotidianas que nos ponen en contacto con lo que vale la
pena.
Es
conocida la afirmación de que “si no hay ideales por los
que merezca la pena morir, tampoco existen razones que
justifiquen vivir”.
La
felicidad se encuentra necesariamente en relación con lo
más alto del hombre (la inteligencia y la libertad) y
por ello consiste en ese proceso permanente y continuado
de autoconquista del hombre mismo (educación).
Así
pues, quien busca la felicidad fundamentalmente en la
posesión de bienes materiales, en el éxito social, en la
salud, o en el poder, habría equivocado el camino. La
felicidad está en una mirada cálida, en sentirse querido
incondicionalmente en la familia, en ser corregidos por
quien sabemos nos quiere, en hacer algo por los demás
desinteresadamente.
La experiencia de millones de seres humanos y la de cada
uno descubre que el camino de la felicidad es el camino
de la mejora personal, de la lucha por procurar el
ejercicio de valores
Lic. Rosa Elena
Ponce V. |