Dr. James C. Dobson,
Cuando los casados descubren que avanzan como bólidos
hacia el divorcio, algunas veces recurren a consejeros
matrimoniales, ministros, sacerdotes, psicólogos y
psiquiatras, tratando de torear la tormenta. Los
consejos que reciben con frecuencia implican cambios en
la manera en que los dos cónyuges se relacionan
mutuamente día tras día. Tal vez reciban la sugerencia
de que reserven una noche cada semana para salir solos,
o que modifiquen sus hábitos sexuales o su estilo de
vida de trabajo excesivo. Tales consejos pueden ser
útiles para restablecer la comunicación y la comprensión
entre dos personas heridas y desilusionadas; pero pueden
ser insuficientes para salvar un matrimonio que agoniza.
¿Por qué? Porque el consejo está dirigido a asuntos
superficiales.
En
la mayoría de los matrimonios con dificultades hay un
problema básico tras esas irritaciones relativamente
menores. Implica la manera en que uno de los cónyuges ha
comenzado a percibir al otro, como ya se ha descrito.
Expresándolo en términos materialistas, se diría que es
el valor que un ser humano le atribuye a otro. Ese valor
que se le asigna queda incorporado en la palabra
respeto, y es absolutamente fundamental para todas las
relaciones humanas.
La manera en que nos conducimos día tras día es
mayormente una función de cómo respetamos o dejamos de
respetar a las personas que nos rodean.
El modo en que los empleados se desempeñan es un
producto de la manera en que perciben a su jefe. La
manera en que los hijos se conducen es resultado del
respeto que les tienen a los padres. La manera en que
los esposos se relacionan es una función de su mutuo
respeto y admiración. Por eso la desavenencia
conyugal casi siempre emana de una falta de respeto en
alguna parte de la relación. Ese es el fondo de toda
confrontación romántica.
Si hay alguna esperanza para los matrimonios
agonizantes, lo más probable es que se hallará en la
restauración del respeto entre los cónyuges en
conflicto.
¿Qué
se puede hacer para preservar el matrimonio? La
respuesta requiere que el cónyuge vulnerable abra la
puerta de la jaula y deje salir al cónyuge atrapado.
Todos los artificios para retenerlo deben cesar de
inmediato, incluso el sufrimiento, la ira o la culpa que
se usan para manipular a las personas, y también el
apaciguamiento. La súplica, el ruego, el dejarse llevar
como un trapo para limpiar el suelo, el llanto y el
retorcerse de las manos son igualmente destructivos.
Puede haber ocasiones y lugares en que deban expresarse
las emociones fuertes, y tal vez haya lugar para la
tolerancia callada. Pero no deben usarse esas
reacciones como medios de persuasión para encadenar
contra su voluntad al cónyuge que se está alejando.
Si
usted se encuentra en desesperada necesidad de este
consejo, preste mucha atención es este punto: estoy
completamente seguro de que usted ni siquiera hubiera
soñado en usar estos métodos coercitivos durante los
días de enamoramiento y cortejo, para convencer a su
novio o novia a que se casara con usted. Usted tuvo que
atraerla, seducirla a que lo siguiera, enamorarla,
estimularla. Este juego sutil del cortejo tuvo que
suceder un delicado paso a la vez. ¿Se imagina usted lo
que habría ocurrido si usted hubiera estallado en
copioso llanto, y violentamente se hubiera abrazado
apretadamente al cuello de su novio o novia, diciéndole:
"Me moriré si tú no estás conmigo. Por piedad. Por
favor, no me dejes!"
Semejante forma de acercarse a un posible cónyuge es
desastrosa. Cuando alguien se ha enamorado de una
persona, lo que hace es intentar "venderse usted
mismo" a esa otra persona. Sin embargo, al igual que el
vendedor de autos, no puede ni debe privar al comprador
de su libre elección en el asunto. En lugar de ello,
debe convencer al cliente que la compra vale la pena.
Si nadie compraría un automóvil sólo para aliviar el
sufrimiento del vendedor, cuánto menos probable es que
alguien dedique su vida entera, simplemente por
benevolencia, a alguien a quien no ama. Nadie es tan
altruista. En realidad, es muy difícil amar
románticamente a una persona y compadecerse de ella al
mismo tiempo.
Apliquemos este concepto a la vida matrimonial. Si rogar
y suplicar son métodos ineficaces para atraer a la
persona del sexo opuesto durante los días del cortejo,
¿por qué las víctimas de un mal matrimonio emplean los
mismos recursos humillantes tratando de retener al
cónyuge que se aleja? Lo único que están haciendo es
ahondar la falta de respeto de parte de aquel que quiere
escaparse. En lugar de eso, lo que debieran es darle a
entender su propia versión del siguiente mensaje, cuando
se presente la ocasión apropiada:
Lic. Rosa Elena Ponce V. |