Angel
Mª Gutierrez
El
desarrollo sentimental y emocional del adolescente
requiere amor, un amor consciente; es decir, amar y ser
amado. Es una necesidad primaria que requiere la
autoconservación de todo individuo humano como expresión
de un desarrollo psicológico y personal equilibrado.
Ahora
bien, el centro cerebral de las emociones y
sentimientos, donde radican las tendencias que nos
mueven, está localizado en una parte del cerebro humano
en donde se halla la proyección cerebral de los órganos
genitales. Desde una perspectiva neuroanatómica, esto
nos invita a pensar que la afectividad humana está
íntima y naturalmente relacionada con el ejercicio de la
sexualidad.
Parafraseando una famosa expresión de Descartes, decía
Unamuno: “Amo, ergo sum”. Sólo amando se es
persona, se llega a “ser”. Es necesario ser amado para
sentirse como persona y también amar para desarrollarse
como tal; esto es, para autoconservarse, no solo como
cuerpo animal, sino también como individuo personal. Por
este motivo la sexualidad humana debe estar integrada en
un contexto de afectividad, de amor, de entrega
personal. Esto lo entienden muy bien las mujeres, a los
hombres nos cuesta entenderlo un poco más: El amor es
causa natural del sexo. El sexo es causa natural de los
hijos. Los hijos son causa natural del amor, que
refuerzan el vínculo de la pareja. Este es el verdadero
sentido “vectorial” del ejercicio de la sexualidad en un
contexto natural de afectividad y que debemos transmitir
a los jóvenes y adolescentes.
Sin
embargo, la educación sexual sigue siendo aún un asunto
difícil de tratar para los padres de familia, porque a
su alrededor se han creado prejuicios. Es necesario
tomar parte activa en la educación sexual de los hijos.
1.- Hay
que recordar que la identidad sexual se adquiere
primeramente en el ámbito familiar como resultado de un
proceso interior, no consciente, fruto de la experiencia
con los modelos femenino y masculino presentes. Es allí
donde aprendemos a ser y sentir y a vernos aceptados y
respetados como hombres o como mujeres.
2.- Hay
que enseñar a respetar y a cuidar el propio cuerpo y el
de los demás mediante el pudor. Más allá de la higiene
sexual debida, hay que dar a conocer que el cuerpo es
también el vehículo que nos permite vivir y expresar
nuestra intimidad personal. Nuestro cuerpo es parte de
nuestra persona. El impudor consistiría en presentar a
los demás nuestro cuerpo como un objeto sexual, en
destacar lo estrictamente sexual para llamar la atención
de los otros. Es importante que nuestros hijos e hijas
vistan a la moda pero a la vez con decencia. Y
corregirles para que no hablen vulgarmente.
3.- Hay
que desechar aquellos libros y revistas que expliquen la
fisiología de la relación sexual fuera del contexto del
amor. Amar es lo que nos diferencia de los animales.
Educar para la amistad y el amor interpersonal es
necesario para un desarrollo sano del impulso sexual.
Hay que prevenirles del chantaje que constituye tener
relaciones sexuales fuera de su ámbito natural que es el
matrimonial.
4.- Hay
que vacunar a nuestros hijos e hijas contra el
sensualidad ambiental y educarles en la responsabilidad.
Esto exige revalorizar el verdadero significado humano
del placer sexual sin reducirlo únicamente a su
dimensión placentera, olvidando que tenemos que usar con
responsabilidad ese "valor añadido" del don de la vida
cuyas fuentes no debemos cegar. Se debe rescatar el
sentido de compromiso y entrega total del encuentro
sexual y abandonar la falsedad de la simple necesidad
física, porque las personas somos seres complejos y
nuestras necesidades también.
Educar
en valores auténticos creando actitudes sólidas en
nuestros hijos e hijas es una inversión costosa y a
largo plazo, pero siempre duradera. Ellos y ellas se lo
merecen porque son nuestro mejor negocio.
Lic. Rosa Elena Ponce V. |