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www.emergencia.org.mx           Jul. 12, 2007    Boletín No. 343


 

 

 

 

 

El cuaderno rojo. Primera parte

Colaboración: Rigoberto Villalobos

Un día nublado y con poco viento llega el cartero a la casa de José Roberto para entregarle un telegrama, el lo agradece y mientras lo abría, una profunda arruga surco su frente. Mostrando una expresión de sorpresa más que de dolor. El telegrama decía palabras breves y precisas:

“Tu padre falleció. Entierro 18 horas. Mamá.”

Jose Roberto continuó parado, mirando al vacío. Ni una sola lágrima, ningún dolor. ¡Nada! Era como si hubiera muerto un extraño.

¿Por que no sentía nada por la muerte de su padre?

Con un torbellino de pensamientos confusos fue avisar a su esposa, tomó el microbús y se fue venciendo los silenciosos kilómetros de camino, mientras la cabeza le giraba y sus pensamientos a mil.

En su interior, no quería ir al funeral y, si estaba en camino, era solo para que su madre no estuviera más triste.

Ella sabía que el y su padre no se llevaban bien. Y la situación había llegado a tal extremo que un día, después de una lluvia de acusaciones, José Roberto había hecho las maletas y se fue, prometiendo que nunca más pondría los pies en aquella casa.

Él continuó su vida lejos del hogar: consiguió un empleo razonable y se caso, hacia llamadas a su madre para Navidad, Año Nuevo o Pascua... Se había desligado de la familia y no pensaba más en su padre, la última cosa en la vida que deseaba era ser parecido a él.

En el velorio, había pocas personas. La madre se veía pálida, estaba helada, lloraba sin parar. Y cuando vio al hijo, las lágrimas le corrieron silenciosas, se acercó y le dio un abrazo en desesperado silencio.

Después, José Roberto vio el cuerpo sereno de su padre envuelto por una manta de rosas rojas, como las que le gustaba cultivar. No vertió ni una sola lágrima, su corazón no podía. Era como estar delante de un desconocido, un extraño, un...

Después se quedó en la casa con su madre hasta el anochecer, le dio un beso y le prometió que volvería trayendo a sus nietos y a su esposa para que la conociera. Ya que ahora, podría volver a la casa, porque aquél que no lo amaba, no estaría mas para darle consejos amargos, ni para criticarlo. En el momento en el que se despedía de su madre, ella le colocó algo pequeño y rectangular en la mano y le dijo.

- “Hace mucho tiempo que podrías haberlo recibido - . Pero, infelizmente, solo después de que él se fue lo encontré entre sus cosas mas importantes...

En un gesto mecánico José Roberto lo guardo y minutos después de comenzar su viaje, metió la mano en el bolsillo y sintió el regalo.

Continuará

 Lic. Rosa Elena Ponce V. 

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