Colaboración: Rigoberto Villalobos
La luz mortecina del microbús, apenas le permitió ver el
pequeño cuaderno de tapa roja. Lo abrió con curiosidad y
vio que tenía las páginas viejas y amarillentas. En la
primera página reconoció la caligrafía firme de su
padre:
“Nació hoy José Roberto. ¡Pesando casi cuatro kilos! ¡Es
mi primer hijo, un muchachote! Estoy orgulloso de ser
el padre de aquél que será mi continuación en la
Tierra!".
A medida que hojeaba el cuaderno y devoraba cada
anotación, sentía un dolor en la boca del estómago,
mezclada con tristeza y perplejidad, pues las imágenes
del pasado resurgieron firmes y atrevidas como si
terminaran de pasar
"Hoy, mi hijo fue a la escuela. Es un hombrecito! Cuando
lo vi de uniforme, me emocioné. Y le deseé un futuro
lleno de sabiduría. La vida de él será diferente a la
mía que no pude estudiar por haber sido obligado a
trabajar para ayudar a mi padre. Para mi hijo deseo lo
mejor. No permitiré que la vida lo castigue".
Otra página:
"Roberto me pidió una bicicleta, mi salario no da, pero
él la merece porque es estudioso y dedicado. Pedí un
préstamo que espero pagar con horas extras".
José Roberto se mordió los labios. Recordaba su
intolerancia y los berrinches que hizo para tener la
soñada bicicleta. Y recordó lo que decía: “Si todos mis
amigos tienen una, ¿por qué no puedo yo tener la
mía?...”
“Es duro para un padre castigar a un hijo Y se que él me
podrá odiar por eso; pero, debo educarlo para su propio
bien. Fue así como aprendí a ser un hombre honrado y esa
es la única forma que sé de cómo educarlo".
José Roberto cerró los ojos y vio la escena de una noche
cuando hubiera ido a la cárcel si su padre no hubiera
aparecido para impedirle ir al baile con los amigos...
fue una verdadera borrachera…recordaba después el auto,
en él que él podía haber estado, retorcido y manchado de
sangre … habían chocado contra un árbol...y aún podía
escuchar en su mente el sonido de las sirenas y el
llanto de toda la ciudad cuando una procesión con ocho
féretros iban lúgubremente rumbo al cementerio. Podía
haber sido peor, podía haber sido él uno de los ocho que
iban en los féretros.
Las páginas se sucedían con anotaciones cortas y otras
más largas, llenas de respuestas que revelaban, en
silencio y con tristeza, que su padre lo había amado.
El "viejo" escribía de madrugada.
En momentos de soledad, dando un grito en el silencio
porque él era así,
nadie le había enseñado a llorar y a expresar sus
sentimientos, el mundo esperaba que fuera duro para que
no lo juzgaran débil o cobarde.
Y ahora José Roberto estaba teniendo en sus manos la
prueba de que, bajo aquella fachada de fortaleza, había
un corazón tierno y lleno de amor.
Continuará
Lic. Rosa Elena Ponce V. |