Lic.
Patricia Artiach Louis, Escuela de la Familia
Acabo
de impartir algunas sesiones, a grupos de adolescentes,
sobre la educación de la afectividad dentro del programa
“Protege Tu Corazón” (antes llamado “Teen Aid”). He
llegado a una conclusión básica: les cuesta diferenciar
entre el flechazo —ese enamoramiento romántico que sólo
atiende a sentimientos— y el amor duradero. Cuando a un
grupo de chicas de entre 16 y 18 años se les pregunta si
desean casarse algún día, más un 90% responde que sí.
Además, son unánimes al mostrar su esperanza de que el
amor dure toda la vida. No sólo lo creen posible, sino
que desean lograrlo. Ya se ve que el ideal de un
matrimonio sólido y para toda la vida es algo que
llevamos dentro, que está marcado en nuestros corazones.
Lo pide nuestra naturaleza.
Y
cuando les pregunto dónde reside, en su opinión, la
clave para un matrimonio duradero, las respuestas más
comunes son: amor, amistad, fidelidad, compatibilidad.
Lo
paradójico viene después, cuando la conversación nos
lleva a los patrones de conducta que siguen en sus
relaciones amorosas. Al parecer, su amor reside
únicamente en los sentimientos y en las emociones. Ese
primer flechazo es un amor ciego, centrado en sí mismo,
poco moderado, idealista, pasional, celoso, y cuya
intensidad primordial consiste en la atracción física.
Un estado verdaderamente maravilloso. Además, aunque se
rechacen otras relaciones, no hay deseo de compromiso.
Por su propia naturaleza, como ocurre con el resto de
las emociones, el flechazo es esencialmente temporal.
En
efecto, el enamoramiento puede conducir al amor, pero no
siempre sucede así. Es necesario dejar pasar el tiempo,
dando ocasión a que se construya, sobre todo, una
verdadera amistad. Amistad especial, es cierto, pero
amistad al fin y al cabo. ¿O es que alguien se imagina
unos mejores esposos que no sean al mismo tiempo los
mejores amigos?
En
concreto, en una relación amorosa, es necesario dejar
pasar el tiempo antes de tomar decisiones importantes.
Algunos estudios indican que este estado maravilloso
puede durar hasta dos años, tiempo suficiente para que
entre dos personas surja ese amor encantador que invita,
cada vez más, a compartir la vida entera. En este
contexto, no deja de ser un problema que la pareja que
se encuentra en ese primer estado de enamoramiento se
involucre en una relación sexual. Porque algunas de las
consecuencias naturales de las relaciones sexuales (el
placer, el fortalecimiento de la unión y el aumento del
amor) no harán sino alargar el estado maravilloso,
retrasando el proceso de construcción del verdadero
amor.
Las
relaciones sexuales prematuras, además, conducen a
engaños. Cuando dos personas empiezan a conocerse van
abriendo paulatinamente su intimidad. Si el conocimiento
avanza, aumentan la confianza, la amistad y el gozo.
Pero cuando se tienen relaciones sexuales en el noviazgo
se corre el riesgo de que la intimidad física sea un
sustituto de esta intimidad sustancial. Pensarán que han
adquirido un grado de conocimiento mutuo mucho mayor del
que realmente poseen.
El
enamoramiento es una experiencia universal. Dejemos que
nuestros hijos lo experimenten, lo disfruten, pero sin
perder de vista que se trata de una experiencia
temporal. Y que lo verdaderamente valioso es lo que dos
personas enamoradas pueden construir poco a poco,
pacientemente.
Los que
tienden a vivir continuamente enamorados, tienden
también a ir saltando de una relación a otra. Viven
atrapados en la búsqueda de sentimientos intensos pero
inevitablemente transitorios. Buscan intimidad, pero no
son capaces de construir relaciones verdaderamente
íntimas. Ayudemos a nuestros hijos a que no se enreden
en este modelo de conducta tan destructivo y, por
desgracia, tan extendido.
Lic. Rosa Elena Ponce V. |