Colaboración: Rigoberto Villalobos
La última página, aquella del día en que había partido:
"Dios, ¿qué hice mal para
que
mi hijo me odie tanto? ¿Por que soy considerado
culpable, si no hice nada, sino intentar transformarlo
en un hombre de bien? Mi Dios, no permitas que esta
injusticia me atormente para siempre. Que un día él
pueda comprenderme y perdonarme por no haber sabido ser
el padre que él merecía tener."
Después no había más anotaciones y las hojas en blanco
daban la idea de que su padre había muerto en ese día,
José Roberto cerró deprisa el cuaderno, el pecho le
dolía. El corazón parecía haber crecido tanto, que
luchaba para escapar por su boca. No vio al microbús
entrar en la terminal, se levantó desesperado y salió
casi corriendo porque necesitaba aire puro para
respirar. La aurora rompía el cielo y un nuevo día
comenzaba.
"Honra a tus padres para que los días de tu vejez sean
tranquilos!" – alguna vez había oído esa frase y jamás
había reflexionado la profundidad que contenía.
En su egocéntrica ceguera de adolescente, jamás había
reparado para pensar en verdades más profundas. Para él,
los padres eran descartables y sin valor, como los
papeles que tiramos a la basura.
En aquellos días de poca reflexión todo era juventud,
salud, belleza, música, color, alegría, despreocupación,
vanidad. ¿No era él un semi-dios? Ahora, el tiempo lo
había envejecido, fatigado y también hecho padre. De
repente, en el juego de la vida, él era el padre con sus
actuales respuestas.
¿Como no había pensado en eso antes? Seguramente por no
tener tiempo, pues estaba muy ocupado con los problemas
del trabajo, la lucha por la supervivencia, la sed de
pasar fines de semana lejos de la ciudad, con ganas de
ratos de silencio sin necesidad de dialogar con sus
hijos. Jamás tuvo la idea de comprar un cuaderno de tapa
roja para anotar una frase sobre sus herederos, jamás le
había pasado por la cabeza escribir o decir que sentía
orgullo de aquellos que continuarían su nombre.
Justamente él, que se consideraba el más completo padre
de la tierra. La vergüenza casi lo tiró con una lección
de humildad. Quiso gritar, tratando de agarrar al viejo
para sacudirlo y abrazarlo,… encontró solo el vacío.
Había una raquítica rosa roja en el jardín de una casa,
el sol terminaba de nacer. Entonces, José Roberto
acarició los pétalos y recordó la mano de su padre
podando, y cuidando con amor sus rosas. ¿Por qué nunca
percibió todo esto antes? Una lágrima brotó como el
rocío y levantando los ojos al cielo, de repente, sonrió
y se desahogó en una confesión:
"Si Dios me mandara a elegir, juro que no querría haber
tenido otro padre que no fueras tú, ¡mi viejo! Gracias
por tanto amor, y perdóname por haber sido tan ciego."
HABLA, DISFRUTA, ABRAZA, BESA, SIENTE Y AMA A TODAS LAS
PERSONAS QUE PUEDES VER Y TOCAR.
¡APROVECHA
EL PRESENTE Y NO TE LAMENTES MAÑANA!
Lic. Rosa Elena Ponce V. |