Tomado del
libro de Juan L. Pedraz, S.J.: Tres trampas del
noviazgo.
Una de las decisiones más trascendentales de una persona a lo
largo de su vida es decidir con quién pasará el resto de
su vida, es decir, con quién se casará. Sin embargo,
este gran paso se da muchas veces ligeramente y sin que
exista un verdadero amor, cayendo en una de estas tres
trampas:
·
Creer
que se ama cuando sólo se desea.
·
Creer
que se tiene mucho en común con el futuro cónyuge,
cuando quizás no tienen nada.
·
Creer
que están pensando, cuando en realidad están sintiendo.
Según el autor del libro Tres trampas del noviazgo, Juan L.
Pedraz, se llaman trampas porque engañan a la persona
hasta el punto de hacerlas actuar equivocadamente
haciendo que la persona se confíe, baje la guardia y se
case sin un verdadero amor por su cónyuge.
¿Amor o deseo?
La primera trampa es confundir la pasión con el amor. Los
novios que llegan al nudo del problema, ven que éste
consiste en averiguar si realmente se aman o si
principalmente se desean. En definitiva, el problema
está en averiguar si mi novio o mi novia es así, es
decir, bueno y considerado, y entonces lo seguirá siendo
siempre; o si solamente está actuando, es decir, está
tratando de quedar bien, e inconscientemente actúa. El
amor exige muchas renuncias y sacrificios, y si la
persona no es generosa de por sí, por hábitos, a la
larga se hace muy difícil el ir contra lo que se es.
Hay una manera sencilla de averiguar lo que en realidad es
una persona y no lo que parece ser: Si su novio es
comprensivo, considerado y responsable, lo será con todo
el mundo, y no sólo con usted. Y lo mismo del novio se
podría decir de la novia.
Pero los novios sólo se juzgan el uno al otro por la forma
como el otro lo trata. Y como la novia ve que él es
bueno y considerado piensa que él es así. No le importa
cómo es con los demás porque a ella no le afecta, y
dice: “conmigo es diferente”. A esto le podríamos
contestar “por ahora”.
El error es creer que con ella o él siempre va a ser
diferente. El carácter acabará por imponerse. La belleza
amansa a los hombres salvajes y dulcifica el carácter,
pero una vez pasado el impacto o la “magia”, el ser
humano vuelve a ser lo que era.
No es solo contemplación del otro
Creen que son afines cuando sólo les gusta estar juntos. Esta
es la segunda trampa que puede tenderles a los novios la
atracción física. El matrimonio no es contemplación del
otro, es convivencia. Es necesario que el amor que se
tienen sea también amor de amistad. Han de compartir
intereses y valores. Cuando los esposos no son amigos,
el matrimonio acaba por morir por aburrimiento o por
desangrado.
Creer que están pensando, cuando sólo están sintiendo, es la
tercera trampa. Mientras que en el pensar se consideran
todas las razones en pro y en contra, en el sentir se
piensan sólo las razones dictadas por el deseo, aquellas
que lo justifican. Las razones en contra no se piensan,
y si se piensan, no impresionan, o sólo se piensa en
refutarlas.
Es típico el caso en que le dicen a la muchacha, “ese joven
no te conviene porque es flojo, o porque es borracho o
mujeriego”. Y ella razona: sí, pero mi amor lo va a
cambiar. La realidad muestra que, a la larga, no lo
cambia porque ya tiene hábitos formados.
Naturalmente, cuanto más vehemente sea la pasión o el deseo,
mayor es la incapacidad de pensar objetivamente. Pocos
deseos tienen la violencia e intensidad que tiene el
deseo físico y sexual. Por eso cuando los novios están
profundamente enamorados, están incapacitados para
pensar. Cuando se dice que el amor es ciego, es porque
se está llamando amor al deseo. El amor verdadero, al
contrario, es bien lúcido, porque el amor se funda en el
conocimiento de la persona y por eso va creciendo con
este conocimiento. En cambio el deseo, ni ve ni quiere
ver, sólo ve aquello que quiere ver.
Se oye decir: “Lo quiero tanto que no me importa lo que en el
futuro me pueda hacer”. Cuando oiga los insultos y malas
palabras, cuando llegue borracho, cuando vea la
indiferencia con que le trata, cuando sienta que ya no
le interesa, entonces es cuando debería no importarle.
Pero cuanto más lo ame, más le va a importar.
Lic. Rosa Elena Ponce V. |