Por Tomás
Melendo
Director de los Estudios Universitarios sobre
la
Familia
Universidad de Málaga (UMA), España
No es cuestión de técnicas
Tal vez
se comprenda entonces que la falta de comunicación no
siempre representa un problema de desconocimiento de las
técnicas pertinentes, como suele considerarse, sino que
la mayoría de las veces deriva de la ausencia de un buen
amor suficientemente maduro y desarrollado.
Por
eso, en ocasiones, ante una situación familiar de
aislamiento no basta con tomar nota del hecho y acudir a
los prontuarios en busca de la «receta» presuntamente
más adecuada. Mucho antes hay que plantear a fondo la
pregunta: ¿por qué un marido y una mujer —el lector o la
lectora y su cónyuge, si fuera el caso— han cerrado las
vías de comunicación?
Y la
respuesta, a menudo, frente a lo que se afirma casi por
rutina, no irá en la línea de la incompatibilidad de
temperamentos o de caracteres ni en la de las
dificultades de expresión. Porque no es la palabra en
sentido estricto, sino el amor, lo que establece
la sintonía entre dos personas.
No hay
que olvidar la estrechísima relación entre amor y
éxtasis. El auténtico amor impulsa a salir de uno
mismo, para asentar la propia morada en el corazón del
ser querido: según San Agustín, «el alma se encuentra
más en aquel a quien ama que en el cuerpo que anima».
Quien
ama tiende a dar y a darse, se da de hecho, se
«comunica» a la persona amada, entregándole —de todos
los modos posibles— lo mejor de sí mismo: su propia
persona. Y acoge libre y gozosamente cuanto le ofrenda
aquel o aquella a quien quiere: también, en fin de
cuentas, su persona.
Bajo
este prisma, parece correcto resaltar como modelo de
comunicación hondamente humana la que se establece entre
una madre y el hijo que lleva en su seno. E incluso
cabría hablar, con Carlos Llano, de una comunicación
«que dista mucho de ser silenciosa: se constituye, al
contrario, en una voz existencial magna y amplificada,
aunque sea sin palabras, porque es —y las madres encinta
lo saben bien— la donación de la vida».
…
aunque también de técnicas
Con
todo, se dan circunstancias en que la raíz del malestar
estriba justo en que marido y mujer no saben
comunicarse. Se quieren, pero les resulta difícil hacer
al cónyuge consciente de ello: no son capaces de dar a
conocer su amor. Por motivos diversos, que sería largo
exponer, les cuesta hablar: abrir la propia intimidad,
hacer al otro partícipe de sus sentimientos, ilusiones,
afanes, dudas, preocupaciones…
Aunque
se aman, no gozan de la habilidad para alimentar su
afecto mediante la palabra… y pueden llegar a dudar de
ese cariño y sentir que su amor se enfría.
En
tales circunstancias, las técnicas sirven no tanto para
suplir el amor (que en este supuesto sí que existe),
sino para descubrirlo, para conocerlo cabalmente,
desnudarlo de falsas apariencias que lo ahogan,
desgranarlo y re-crearlo en un nivel más alto: para
hacer re-nacer un amor antes como en ascuas, de modo que
despierte los afectos y reavive la pasión amortiguada.
Con
palabras más sencillas: las técnicas que un libro, el
ejemplo de un matrimonio amigo o el consejo que un
experto nos aporten, no pueden suplir un amor que no
existe, pero sí ayudar a reconocerlo y descubrirlo más
allá de la aparente anemia de la que parecía aquejado.
Por eso es conveniente —imprescindible— superar la
presunta impotencia y pedir auxilio en momentos de
dificultad.
Continuará
Lic. Rosa Elena Ponce V. |