Por Tomás
Melendo
Director de los Estudios Universitarios sobre la
Familia
Universidad de Málaga (UMA), España
En
resumen, podría afirmarse que un matrimonio que ama y lo
sabe no necesita técnica alguna, pues los procedimientos
con que espontáneamente manifiesta su cariño la suplen
con creces; mas a los cónyuges que en el fondo se
quieren pero experimentan dificultades para expresar ese
cariño, las técnicas de comunicación les ayudarán a amar
bien —¡mejor!—, a descubrir o redescubrir un afecto que
erróneamente creían desaparecido… y a incrementar ese
cariño.
Dificultad para comunicarse
Tras
estas consideraciones, no es difícil comprender que
la vivencia que debería presidir el
trato de cualquier pareja es la de la comunicación
franca y profunda con el propio cónyuge, como fuente de
gozo, de paz y de superación de la soledad.
Por el
contrario, uno de los fracasos más comunes de algunos
matrimonios actuales estriba en que se transforman
paradójicamente en sendero hacia la progresiva
incomunicación: dos se casan, se aíslan de sus antiguos
amigos y compañeros, se hacen voluntariamente estériles,
se desentienden de sus mayores y se encierran en sí
mismos… para acabar solos, ya sea juntos —«soledad de
dos en compañía», llamó hace ya casi doscientos
Kierkegaard a algunos matrimonios—, ya cada uno por su
lado.
Pero
aun prescindiendo de circunstancias tan extremas, no
siempre resulta fácil comunicarse con una persona
amargada, acaso por culpa nuestra. O por la suya.
Tampoco es sencillo abrir el corazón cuando está uno
deprimido, triste o cuando —por lo que ha sucedido en
ocasiones anteriores, pongo por caso— tiene miedo de que
le tomen el pelo si pide un poco de ternura en un
momento en que la necesita.
Por
varios motivos, pero sobre todo por orgullo —¡los tan
tristes «derechos del yo»!, sobre los que
más tarde volveré—, a veces evitamos aparecer ante los
ojos de nuestro consorte como en verdad somos: no nos
fiamos de su amor incondicionado. De esta suerte,
uno y otro seguimos siempre siendo parcialmente
desconocidos y extraños.
La
situación, entonces, degenera, tornándose más y más
penosa, por cuanto en el matrimonio —comunidad de vida y
de amor— la comunicación personal entre los
cónyuges resulta insustituible. La vida conyugal no
puede reducirse al encuentro de dos cuerpos, y mucho
menos al de dos sueldos, sin que se dé ya el de los
corazones… manifestado también y enriquecido a través de
la palabra hablada.
Como
sostiene El matrimonio y la familia, «el diálogo
—junto con el propio amor y la unión conyugal—
constituye un medio excelente que tienen los esposos a
su alcance para lograr hacer de sus dos vidas una sola;
para conseguir una sintonía sin sombras ni secretos que
les permita mirar juntos hacia el futuro sobre la base
de un pasado y un presente compartidos; para hacer
verdad el principio de autoridad conjunta respecto a los
hijos y la familia. Cabe afirmar que sin diálogo no hay
familia; que si no se “pierde el tiempo” en hablar, no
se ganará lo que merece la pena: felicidad familiar,
hecha de participación, ratos compartidos, comunicación
permanente, encuentro de corazones».
Continuará
Lic. Rosa Elena Ponce V. |