Tomado
de: Somos Padres
Juana
tiene 30 años, el pelo claro y un cierto olor en el
cuerpo que nunca había conocido. "Me ha venido con esto
de ser madre", se disculpa. Su pequeña tiene apenas 14
meses pero ya se ha convertido en una tirana que berrea
hasta el punto en el que no aguantan ni los
audímetros... Solo necesita ver que su mamá se intenta
alejar un poquito para comenzar a recitar su ópera
particular.
"Dos
semanas, estuve dos semanas en las que ni al baño pude
ir sin ella... a mi que me gusta ducharme dos veces cada
día, pero nada, que ella no me dejaba, se levantaba
primero que yo y desde que abría un ojo tenía que estar
pegada a mí". Dice Juana que incluso a la hora de
dormir, su pequeña le daba problemas. "Tenía que dormir
la siesta en mis brazos, si no, no podía".
La
primera mamitis
El caso
de Juana sonará conocido a muchos. En torno a los 6
meses los niños empiezan a manifestar una cierta
"mamitis", un pegarse a la madre que le puede volver
también a más edad; es lo que los expertos llaman
"síndrome de ansiedad por separación", una etapa difícil
para la familia, pero que pasa, es muy común, y, sobre
todo, bien llevado, llega a ser positivo porque nos
enseñará a todos lo que significa "crecer".
Lo
primero de todo es entenderle: en esta primera fase (que
tendrá su punto más angustioso entre los 10 y los 18
meses) nuestros peques están aprendiendo cómo es el
mundo que les rodea, y lo hacen poco a poco; para ellos
todo es extraño y desconocido, y ante ese mar de
novedades necesitan una mano a la que agarrarse...
bueno, una mano, y una pierna, y unos brazos...
Al
nacer los niños no tienen una idea muy clara del mundo,
y, una de las cosas que les cuesta entender es eso de
que somos dos cuerpos distintos, con vidas distintas,
que a veces tenemos que desaparecer de su vista, pero
que siempre volvemos, que no estar delante no significa
abandonarlo. Ellos no nacen sabiéndolo: se lo
tenemos que enseñar. Si nos reclaman con tanta urgencia
no es por que disfruten haciéndonos la vida imposible,
es que, simplemente, están pidiendo a gritos un poco
de tranquilidad, de seguridad, de confianza... y eso
para ellos, solo tiene un nombre: mamá.
Hay que
enseñarles poco a poco que aunque mamá no esté dándole
con su manita la seguridad que precisa, está ahí, que no
le va a pasar nada, que todos le cuidamos y estamos
unidos. Se habrá roto el cordón umbilical, y puede que
no le estemos dando la mano, pero como bien saben,
siempre hay algo de nosotros vigilandolo, cuidándole y
preocupándose por él esté donde esté.
Las
causas de la "mamitis" van a estar siempre relacionadas
a esto, a adaptarse a los cambios bruscos: la
llegada de un nuevo hermanito, un cambio de escuela, de
casa, conflictos con los primeros amigos... todo es
nuevo y no sabe muy bien como encajarlo: necesita un
punto de apoyo, unos brazos que le digan que todo está
bien. Y si no los encuentra pronto... ¡preparen sus
tímpanos!
A
veces
en nuestras relaciones de pareja también nos
comportamos un poco así de egoístas: si sentimos que
esa persona que tanta seguridad y confianza nos da no
está en el momento en el que más la necesitamos, también
es habitual que reaccionemos reclamando, exigiendo,
regañando... pataleando como adultos.
Ante
esta prueba, hay una receta que debemos grabarnos bien:
tenemos que estar unidos.
Si no, a los celos del padre vamos a acabar sumando el
agobio de la madre, y todo ello con un pequeño que lo
único que hace es justamente reclamar una tranquilidad,
una seguridad, un hogar unido.
Continuará
Lic. Rosa Elena Ponce V. |