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www.emergencia.org.mx           Oct. 08, 2007    Boletín No. 405


 

 

 

 

Cómo prometer que nunca más gritaremos y además cumplirlo

Los niños son unas criaturas dulces y lindas que han venido a este mundo para poner a prueba la paciencia de los adultos.

Lo intentas una, lo intentas, dos, y lo intentas tres veces. Como no lo consigues, respiras hasta llenarte los pulmones de paciencia y entonces vuelves a explicárselo: “hijo, si me duele la cabeza haz el favor de aporrear todas las sartenes de la cocina”. Al principio te sale un susurro suplicante, luego un tono normal (porque, somos padres, pero a veces también gente normal, ¿no?). Y luego, sin saber cómo, tu boca lanza un grito que deja al niño seco y con los ojos abiertos, y, como la sangre anda por ahí para arriba y para abajo, aún tardas unos segundos en recordar aquella promesa que te hiciste la última vez: “no volveré a perder la paciencia”.

¿Quién no pierde la compostura alguna vez con esos seres tan queridos como (a veces) faltos de toda civilización? Dicen los científicos del sentido común que los niños llegan a este mundo con la mente en blanco, sin saber nada, pero a veces uno sospecha que en realidad aterrizan con un secreto manual que les indica como hincharnos las narices en el momento menos apropiado.

La verdad, no vamos a ser tan santos como para decirte que un grito nunca soluciona nada. Muchos habréis comprobado lo contrario alguna ocasión así que parece inútil intentar vestirse de tan políticamente correcto, pero todos sabemos que no es bueno llegar a esa situación, que perder el control nos puede llevar a cometer equivocaciones y a justos arrepentimientos, así que lo ideal es plantearse una serie de estrategias que nos permitan educar y guiar a nuestros hijos sin caer en esos excesos acústicos.

Lo primero que vamos a hacer es un rodeo traicionero y por la espalda. Ahora que el niño no nos oye, plantéate primero dos cuestiones:

a.  ¿estás últimamente muy alterada, estresada o irritable?

b.  ¿crees que has sido justa en tus exigencias al niño o puede que estés pidiéndole mucho?

Ambas son preguntas difíciles que cada uno debe responderse con humildad. Sería un error ponerse a trabajar nuestra relación con el niño si en realidad la prioridad está en que necesitamos cambiar nuestra relación con nosotros mismos. Lo que planteamos no es modo alguno insultante: todos pasamos por épocas difíciles, de crisis, de expectativas incumplidas, de malas jugadas de la vida... y, como antes que padres somos seres humanos, es muy normal que este tipo de pesares nos afecten en nuestro rol paterno.

Continuará

   Lic. Rosa Elena Ponce V. 

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