Los niños son unas criaturas dulces y lindas que han
venido a este mundo para poner a prueba la paciencia de
los adultos.
Lo intentas una, lo intentas, dos, y lo intentas tres
veces. Como no lo consigues, respiras hasta llenarte los
pulmones de paciencia y entonces vuelves a explicárselo:
“hijo, si me duele la cabeza haz el favor de aporrear
todas las sartenes de la cocina”. Al principio te sale
un susurro suplicante, luego un tono normal (porque,
somos padres, pero a veces también gente normal, ¿no?).
Y luego, sin saber cómo, tu boca lanza un grito que deja
al niño seco y con los ojos abiertos, y, como la sangre
anda por ahí para arriba y para abajo, aún tardas
unos segundos en recordar aquella promesa que te hiciste
la última vez: “no volveré a perder la paciencia”.
¿Quién no pierde la compostura alguna vez con esos seres
tan queridos como (a veces) faltos de toda civilización?
Dicen los científicos del sentido común que los niños llegan a este
mundo con la mente en blanco, sin saber nada, pero a
veces uno sospecha que en realidad aterrizan con un
secreto manual que les indica como hincharnos las
narices en el momento menos apropiado.
La verdad, no vamos a ser tan santos como para
decirte que un grito nunca soluciona nada. Muchos
habréis comprobado lo contrario alguna ocasión así que
parece inútil intentar vestirse de tan políticamente
correcto, pero todos sabemos que no es bueno llegar a
esa situación, que perder el control nos puede
llevar a cometer equivocaciones y a justos
arrepentimientos, así que lo ideal es plantearse una
serie de estrategias que nos permitan educar y guiar a
nuestros hijos sin caer en esos excesos acústicos.
Lo primero que vamos a hacer es un rodeo traicionero y
por la espalda. Ahora que el niño no nos oye, plantéate
primero dos cuestiones:
a.
¿estás últimamente muy alterada, estresada o irritable?
b.
¿crees que has sido justa en tus exigencias al niño o
puede que estés pidiéndole mucho?
Ambas son preguntas difíciles que cada uno debe
responderse con humildad.
Sería un error ponerse a trabajar nuestra relación con
el niño si en realidad la prioridad está en que
necesitamos cambiar nuestra relación con nosotros
mismos. Lo que planteamos no es modo alguno insultante:
todos pasamos por épocas difíciles, de crisis, de
expectativas incumplidas, de malas jugadas de la vida...
y, como antes que padres somos seres humanos, es muy
normal que este tipo de pesares nos afecten en nuestro
rol paterno.
Continuará
Lic. Rosa Elena Ponce V. |