Por Tomás
Melendo
Director de los Estudios Universitarios sobre la
Familia
Universidad de Málaga (UMA), España
Repetir
Una buena manera de asegurarse de que uno ha comprendido
las ideas expuestas por otro es la de repetirlas con las
propias palabras o parafrasearlas, pidiéndole que nos
confirme si hemos entendido bien.
Además, al obrar de este modo, le damos la prueba de que
nos tomamos en serio lo que dice. Ignorar, aceptar con
suficiencia o ridiculizar lo que se nos comenta, resulta
siempre profundamente lesivo: hiere en lo más hondo del
alma.
Responder
Para que exista comunicación no basta con escuchar. Es
preciso también expresar nuestro parecer sobre lo que
nos dicen. En ocasiones, las menos, puede bastar un «sí…
es cierto… sin duda… de acuerdo… tienes razón…», que
asegura que el mensaje ha sido recibido, al tiempo que
promete una contestación definitiva más tarde, cuando
hayamos reflexionado a fondo sobre lo propuesto.
También cabría pensar que quien calla otorga, y
responder con el silencio; pero es desaconsejable por
resultar mucho más cálida y humana, y mucho más
declarativa, la voz.
De ahí que, de ordinario, deba evitarse contestar con
sonidos inarticulados: «hum», «pss»… Al contrario, a la
manifestación de interioridad de nuestro cónyuge hemos
de corresponder con un conjunto de expresiones
articuladas —las propias y específicas del ser humano—,
que satisfagan lo más ampliamente posible la cuestión
que nos plantea.
Adecuar el comportamiento a la palabra
El modo de actuar debe ser coherente con lo que
manifiestes de viva voz.
Por ejemplo, cuando dices a tu mujer: «te escucho»,
debes también cerrar el periódico o apagar el televisor.
Y cuando ella sabe que no le va a dar tiempo a
arreglarse lo mejor es que lo confiese cuanto antes y
con toda sencillez; no basta con repetir durante veinte
minutos: «¡ya estoy casi lista!».
Valentía
En toda relación amorosa se pone en juego una delicada
urdimbre de sentimientos. Estos dan belleza y
esplendidez al nexo de amor, pero también lo tornan
frágil y lo exponen a ciertas crisis.
A veces resulta costoso descubrir su origen. En tales
casos, puede ayudarnos a suavizar eventuales tensiones o
malentendidos un esfuerzo valiente para abrir nuestro
corazón a la pareja, pedir que ponga el suyo al
descubierto e intentar examinar juntos la avería.
Si esto no se hace, no es difícil que los dos se
manifiesten el propio malestar bajo la forma de
reprobaciones sordas o de alusiones o bromas o ironías,
que irritan al cónyuge, sobre todo cuando se hace en
presencia de otros.
Se originarán resentimientos, acritud y encerramiento en
uno mismo. Después, cuando el peligro ya resulte
evidente, tal vez uno dirá al otro que habría debido
manifestarle lo que no iba bien. Y el otro se sentirá
con derecho a responderle: «¡Tendrías que haberte dado
cuenta!».
Continuará
Lic. Rosa Elena Ponce V. |