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www.emergencia.org.mx           Nov. 14, 2007    Boletín No. 432


 

 

 

 

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La comunicación (y las discusiones) entre los cónyuges. Parte Final

Por Tomás Melendo

Director de los Estudios Universitarios sobre la Familia

Universidad de Málaga (UMA), España

»Si no sucediera así, después de algunos días de mudanza real por mi parte, es conveniente hablar: se reconocen los propios errores pasados, se hace notar que de un tiempo a esta parte ha habido una mejora y, a continuación, se pide al cónyuge una pequeña transformación [algo que realmente pueda llevar a cabo, no una transformación radical] que facilite el amarlo con sus defectos.

»Una vez hecho esto, si el otro está de acuerdo, lo más importante ya ha sido realizado.

»Sin duda, sería exagerado pretender que desde ese momento no caiga más en el defecto admitido; basta que luche. Lo importante, con el arte del diálogo, es que cada uno reconozca las propias deficiencias sin necesidad de encarnizarse en las de la pareja.

»Quien no haya jamás probado a modificar el propio modo de obrar para ayudar a los demás a hacerlo, basta que lo intente y advertirá de inmediato una mejoría perceptible»… y en ocasiones asombrosa.

4) De nuevo el olvido de sí y la amorosa aceptación del otro

A lo que todavía cabría quizás añadir un comentario.

Por más que la comunicación y el deseo de mejorar de ambos cónyuges gocen de una importancia notabilísima en el seno de la vida en común, más relevantes todavía son el cariño, la comprensión honda y esforzada, la aceptación radical del modo de ser de nuestra pareja… y la falta de apego a nuestro yo: si el verdadero amor culmina siempre en entrega, la mejor lucha para querer a fondo consiste en deshacer las amarras que nos ligan a nuestro propio ego, de modo que efectivamente éste se encuentre disponible para ofrecerlo —¡y para aceptar!— a la persona amada.

De ahí que, en caso de conflictos o de disparidad de opiniones, lo absolutamente imprescindible —antes y por encima de intentar modificarlas o suprimirlas— sea el esfuerzo por ponerse a uno mismo entre paréntesis, el afán por comprender y aceptar las diferencias esenciales que provocan la disensión y el empeño por aprender a vivir con ellas… sin por eso disminuir ni un ápice el amor, la honra y el respeto que nuestro esposo o nuestra esposa incondicionalmente merecen.

Si se obra de este modo, casi cabría asegurar que la relación entre los cónyuges está a salvo de deterioros significativos… o puede recomponerse si ya se ha venido un poco abajo.

    Lic. Rosa Elena Ponce V. 

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