Por
Tomás Melendo
Director de los Estudios Universitarios sobre
la
Familia
Universidad de Málaga (UMA), España
»Si no sucediera así, después de algunos días de mudanza
real por mi parte, es conveniente hablar: se reconocen
los propios errores pasados, se hace notar que de un
tiempo a esta parte ha habido una mejora y, a
continuación, se pide al cónyuge una pequeña
transformación [algo que realmente pueda
llevar a cabo, no una transformación radical] que
facilite el amarlo con sus defectos.
»Una vez hecho esto, si el otro está de acuerdo, lo más
importante ya ha sido realizado.
»Sin duda, sería exagerado pretender que desde ese
momento no caiga más en el defecto admitido; basta que
luche. Lo importante, con el arte del diálogo, es que
cada uno reconozca las propias deficiencias sin
necesidad de encarnizarse en las de la pareja.
»Quien no haya jamás probado a modificar el propio modo
de obrar para ayudar a los demás a hacerlo, basta que lo
intente y advertirá de inmediato una mejoría
perceptible»… y en ocasiones asombrosa.
4) De nuevo el olvido de sí y la amorosa
aceptación del otro
A lo que todavía cabría quizás añadir un comentario.
Por más que la comunicación y el deseo de mejorar de
ambos cónyuges gocen de una importancia notabilísima en
el seno de la vida en común, más relevantes todavía son
el cariño, la comprensión honda y esforzada, la
aceptación radical del modo de ser de nuestra pareja… y
la falta de apego a nuestro yo: si el verdadero
amor culmina siempre en entrega, la mejor lucha para
querer a fondo consiste en deshacer las amarras que nos
ligan a nuestro propio ego, de modo que
efectivamente éste se encuentre disponible para
ofrecerlo —¡y para aceptar!— a la persona amada.
De ahí que, en caso de conflictos o de disparidad de
opiniones, lo absolutamente imprescindible —antes y por
encima de intentar modificarlas o suprimirlas— sea el
esfuerzo por ponerse a uno mismo entre paréntesis, el
afán por comprender y aceptar las diferencias esenciales
que provocan la disensión y el empeño por aprender a
vivir con ellas… sin por eso disminuir ni un ápice el
amor, la honra y el respeto que nuestro esposo o nuestra
esposa incondicionalmente merecen.
Si se obra de este modo, casi cabría asegurar que la
relación entre los cónyuges está a salvo de deterioros
significativos… o puede recomponerse si ya se ha venido
un poco abajo.
Lic. Rosa Elena Ponce V. |