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www.emergencia.org.mx           Dic. 14, 2007    Boletín No. 454


 

 

 

 

Los meses del año.

Por Emilio Freixas

Un cuento para compartir con nuestros pequeños en esta temporada navideña

La pobre Isabel se disponía a acostarse en su lecho de paja, cuando irrumpió en el cuartucho su madrastra, que la odiaba y envidiaba por su natural hermosura y bondad, que eclipsaba completamente a su hija, Andrea, fea y mala por añadidura, a pesar de que la desgraciada Isabel iba siempre cubierta de harapos, maltratada y hambrienta, y, sin embargo, de su cara y sus bellos ojos irradiaba tal bondad y dulzura sin límites que atraía en seguida el cariño de cuantos la trataban, exceptuando, claro está, a su madrastra y hermanastra, que muertas de envidia procuraban que no pudiera ver a nadie para que no se prendara de ella.

Como decíamos, la madrastra entró como una tromba en la miserable habitación de Isabel, y echando lumbre por los ojos, le gritó destempladamente: “Tengo que ir mañana a la ciudad y como he de hacer un obsequio, necesito un ramo de tulipanes; así es que sal inmediatamente al bosque a buscarlos y no vuelvas sin ellos. Si no, ya sabes lo que te espera.”

A todo esto no hemos dicho que esta escena transcurría en el mes de diciembre, cuando en aquel lejano país todo estaba cubierto de una gruesa capa de nieve y era completamente imposible hallar flor alguna en ningún sitio, y menos tulipanes, que jamás se han criado en los bosques; por lo que ya se ve que lo que se proponía la malvada mujer era que la pobre niña se perdiera entre los árboles y no volviera más por la casa, con lo que esperaba librarse de ella para siempre.

Así es que la pobre pequeña pronto se vio fuera de la casa, en medio de la cruda noche de diciembre, andando penosamente sobre la nieve, en busca de aquellos tulipanes imposibles de hallar.

Cuando la pequeña, extenuada, se iba a dejar caer en la nieve sin fuerzas ya para continuar, se hallo frente a una reconfortadota hoguera y alrededor de ella a doce hombrecillos vestidos con trajes de brillantes colores, calentándose tranquilamente, y en medio de ellos, sentado en una especie de trono, se hallaba el mas anciano de todos, el cual, al divisar a la pequeña, le preguntó muy extrañado: “¿Qué buscas aquí niña?”

A lo que contestó Isabel: “Mi madrastra me mandó a buscar tulipanes al bosque, amenazándome con castigarme si no cumplo su mandato.”

El anciano respondió: “¿Cómo es eso, tulipanes en diciembre y en el bosque? Bien, niña, no te desesperes –dijo, y llamando a uno de sus compañeros, que era mucho más joven que él, le indicó-: Oye, mes de Abril, siéntate en mi sitio y reina tú por ahora.”

El mes de Abril se sentó en el trono y al punto lució el sol, se fundió la nieve y brotaron en el bosque innumerables flores, entre ellas unos hermosos tulipanes de brillantes colores, que Isabel se apresuró a recoger, llena de alegría y agradecimiento a aquellos hombrecillos que, como ya se habrán figurado, no eran otros que los doce meses del año, y que tan generosamente la habían ayudado. Enseguida se fue lo más rápidamente que pudo a su casa.

Cuando la madrastra la vio llegar con los tulipanes, llena de sorpresa y de ira le gritó: “¿Cómo tan pocos tulipanes has traído? Vuelve enseguida al bosque y tráeme un cesto de cerezas que me hacen falta para la comida de mañana.”

Nuevamente la niña emprendió la dolorosa peregrinación, hasta que encontró otra vez a los doce meses del año y les contó el extraño encargo de su madrastra, a lo que contestó el anciano mes de Diciembre: “Bien, es este un encargo parecido al anterior; sin embargo, te complaceré también” y llamando al mes de Agosto le hizo sentar en el trono. Inmediatamente un prodigio tan extraordinario como el primero se produjo. Nuevamente salió el sol, la nieve se fundió y los abetos se convirtieron en hermosos cerezos que ofrecían a Isabel sus sabrosos frutos. La niña llenó rápidamente su cesto y regresó a su casa, no sin antes dar emocionada las gracias y besar al anciano mes de Diciembre.

Esta vez, al furor de la madrastra se unió la envidia de ver que para aquella niña no había obstáculo que se le opusiera. Así es que llena de rabia esparció de un manotazo las cerezas por el suelo, y llamando a su hija le contó lo que había ocurrido, pensando que si Isabel había encontrado con tanta facilidad cosas tan imposibles de hallar en aquella época del año también podían ellas hallar montones de monedas de oro o algo parecido.

Así que, maltratando duramente a la pequeña Isabel, la obligaron a que les dijera en que sitio había encontrado las cerezas y los tulipanes y quien se los había dado.

Una vez obtenida la información, cogieron un saco la madrastra y otro su hija y se lanzaron lo más de prisa que pudieron a través del bosque, hasta que llegaron al lugar donde ardía la hoguera con los doce meses del año sentados alrededor de ella.

Cuando el mes de Diciembre las vio llegar, les preguntó con aire severo: “¿Qué buscan aquí?”

A  lo que respondió la madrastra agriamente: “Queremos que no seas tan tacaño como has sido con Isabel, y en lugar de tulipanes y cerezas nos llenes estos sacos de monedas de oro.”

Entonces el anciano les dijo: “Miren, ya los tienen llenos”

Dicho esto, desapareció de su vista y lo mismo ocurrió con todos sus compañeros. Efectivamente los dos sacos estaban repletos de oro; entonces la madrastra y su hija, con los ojos brillantes por la codicia, empezaron a arrastrar fatigosamente los pesados sacos por la nieve, y como se encontraban en una pendiente, la nieve se fue acumulando alrededor con el esfuerzo, hasta que se formó una gran masa que rodó pendiente abajo junto con ellas y los sacos, quedando envueltas en aquel alud y desapareciendo para siempre. Desde entonces, la paz volvió a reinar en casa de Isabel.

      Lic. Rosa Elena Ponce V. 

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