Por Emilio Freixas
Un cuento para compartir con nuestros pequeños en esta
temporada navideña
Cuenta
la leyenda que en una cabaña enclavada en las
profundidades del bosque de Goinge se había refugiado a
vivir un hombre junto con toda su familia, alejado de la
proximidad de la gente civilizada debido a que en cierta
época de su vida cedió a la tentación de robar a su
patrón, por lo cual se vio perseguido, huyendo entonces
a ocultarse en la selva, para eludir la acción de la
justicia.
Su
mujer, que se daba cuenta de lo huraño que se había
vuelto su marido, apartado del contacto de otra gente, y
viendo el peligro que corrían sus hijos de volverse
medio salvajes como él, viviendo en aquella especie de
destierro, se dirigió a un monasterio de cuyo abad sabía
que era persona muy comprensiva y de una bondad sin
límites.
Cuando
llegó a las cercanías del santo edificio, pudo ver, él
través de las rejas del jardín, al abad muy ocupado
cultivando unas flores no muy hermosas en verdad, puesto
que el frío clima de aquellas regiones del norte no
permitía criar variadas y bellas flores; pero como el
buen hombre era muy aficionado a ellas, procuraba por
todos los medios sacar el mejor partido de sus escasas
posibilidades. El abad, en cuanto se dio cuenta de la
proximidad de la mujer y de su atenta observación, se
dirigió a ella diciéndole: “¿Qué, buena mujer, le gustan
mis flores?”
“¡Oh,
sí! -respondió ella-, pero si quisiera venir al interior
de la selva de Goinge, en la noche de Navidad, verías
allí lo que es un jardín encantado y las más
maravillosas flores que jamás pudiera soñar.”
El
abad, que había oído hablar de ese jardín encantado, que
florecía cada año en la noche del 24 de diciembre, en el
corazón del bosque y en medio del paisaje nevado y de
crudísimo frío, y que nunca había logrado ver,
aguijoneado por la curiosidad, se acercó a la mujer del
ladrón y le dijo: “¿Podría guiarme hasta ese lugar para
poder presenciar tal maravilla, cuando llegue la noche
de Navidad?”
“¡Oh,
sí, buen abad! -repuso ella-, pero a cambio le pido que
consiga el perdón para mi marido, que se encuentra
perseguido por la justicia a causa de un mal momento que
tuvo hace años y del que está en verdad más que
arrepentido, y el permiso para residir en el poblado. De
lo contrario, mis hijos y él se volverán fieras.”
El buen
hombre, que tal como decía la gente se apiadaba de todas
las desgracias, más por bondad que por satisfacer su
curiosidad, se avino a procurar conseguir el perdón para
el ladrón arrepentido.
Continuará
Lic. Rosa Elena Ponce V. |