Los hijos necesitan tener una buena imagen de sus padres
para crecer seguros y relacionarse sanamente con los
demás. ¿Qué pasa cuando uno de ellos está ausente y el
otro (otra) destruye su imagen?
Josefina Lecaros S.
Asesoría: Benito Baranda, psicólogo y orientador
familiar.
Quisieron hacer las cosas en forma civilizada. Llevaban
años de mala, -de pésima, diría él- relación conyugal.
Esa vida infeliz los estaba matando a los dos. Ella se
quejaba de abandono: “Te importa mucho más el trabajo
que nosotros” (ella y los niños). Él, de incomprensión.
Ambos se sentían solos, no queridos ni apoyados. Había
épocas de mutua indiferencia (la vida seguía
naturalmente su curso, un día igual al otro); otras en
que las quejas, peleas y recriminaciones eran el pan de
cada día. Era una tortura, un infierno. “Más vale
separados, pero en paz”, pensaron.
Lo
de civilizados duró un tiempo. Hicieron un esfuerzo, por
los hijos, pero cuando empezaron las exigencias
económicas la situación se hizo tensa. Y cuando apareció
un tercero en medio, las conversaciones parecían más
bien un diálogo entre dos adolescentes que se mueven
entre el amor y el odio. Afloraron celos, rencores,
pasiones... Empezó una guerra declarada entre ellos. Las
principales víctimas: los hijos.
Explica el psicólogo Benito Baranda: Cuando un
matrimonio se separa, algo muy profundo se desgarra en
ellos. Deseaban construir un proyecto de vida común;
habían decidido permanecer unidos, fruto del amor y
mutua atracción. La separación, entonces, es sinónimo de
fracaso. La frustración personal y la pena se traducen
en un gran dolor. Dolor que se puede enfrentar con
fortaleza, serenidad y paz o bien transformarse en un
torrente de rabia hacia el otro cónyuge que parece no
tener fin.
A
juicio de Benito Baranda, las exigencias materiales o la
aparición de un tercero potencian esas rabias. “Las
podemos comparar con bombas de racimo que caen casi en
su totalidad sobre los hijos, los más débiles e
indefensos, mientras que lo poco que alcanza a llegar al
adulto objeto de ese odio y rabia casi no lo daña, pues
éste tiene algunos mecanismos de defensa”, explica.
Deterioro de la propia imagen
El
espejo en el cual se ven desde muy temprana edad los
hijos es el papá y la mamá. Se ven en ambos (no la hija
en la mamá y el hijo en el papá, sino en ambos) y en
relación a estas figuras paterna y materna se van
desarrollando y construyendo sus relaciones
heterosexuales y de amistad.
El
que la auto imagen de los hijos sea consecuencia de la
relación que sus padres establecen entre sí, implica que
al destruir o atacar a una de estas figuras, se vaya
destruyendo también, en parte importante, la auto imagen
de ese hijo.
Temor a fracasar; miedo al compromiso
El
vínculo que los hijos establecen con sus padres es el
que proyectan hacia la sociedad. Cuando falta ese
vínculo -por separación o incluso por ausencia debido al
trabajo de él o de ella- se empobrece esa relación hacia
la sociedad. Muchas veces suplen los abuelos y los tíos,
pero en otros casos quedan con un temor a vincularse con
la sociedad.
Por
eso, el hombre o la mujer que ha tenido una mala
experiencia en su familia de origen, sea porque sus
padres se trataban muy mal, porque se separaron, porque
se crió solo con su mamá, etc., probablemente tendrá un
alto grado de inseguridad en su vida afectiva y un gran
temor a fracasar.
Continuará
Lic. Rosa Elena Ponce V. |