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www.emergencia.org.mx           Ene. 16, 2008    Boletín No. 477


 

 

 

 

El Reflejo De Nuestra Relación. Parte I

Los hijos necesitan tener una buena imagen de sus padres para crecer seguros y relacionarse sanamente con los demás. ¿Qué pasa cuando uno de ellos está ausente y el otro (otra) destruye su imagen?

Josefina Lecaros S.

Asesoría: Benito Baranda, psicólogo y orientador familiar.

Quisieron hacer las cosas en forma civilizada. Llevaban años de mala, -de pésima, diría él- relación conyugal. Esa vida infeliz los estaba matando a los dos. Ella se quejaba de abandono: “Te importa mucho más el trabajo que nosotros” (ella y los niños). Él, de incomprensión. Ambos se sentían solos, no queridos ni apoyados. Había épocas de mutua indiferencia (la vida seguía naturalmente su curso, un día igual al otro); otras en que las quejas, peleas y recriminaciones eran el pan de cada día. Era una tortura, un infierno. “Más vale separados, pero en paz”, pensaron.

Lo de civilizados duró un tiempo. Hicieron un esfuerzo, por los hijos, pero cuando empezaron las exigencias económicas la situación se hizo tensa. Y cuando apareció un tercero en medio, las conversaciones parecían más bien un diálogo entre dos adolescentes que se mueven entre el amor y el odio. Afloraron celos, rencores, pasiones... Empezó una guerra declarada entre ellos. Las principales víctimas: los hijos.

Explica el psicólogo Benito Baranda: Cuando un matrimonio se separa, algo muy profundo se desgarra en ellos. Deseaban construir un proyecto de vida común; habían decidido permanecer unidos, fruto del amor y mutua atracción. La separación, entonces, es sinónimo de fracaso. La frustración personal y la pena se traducen en un gran dolor. Dolor que se puede enfrentar con fortaleza, serenidad y paz o bien transformarse en un torrente de rabia hacia el otro cónyuge que parece no tener fin.

A juicio de Benito Baranda, las exigencias materiales o la aparición de un tercero potencian esas rabias. “Las podemos comparar con bombas de racimo que caen casi en su totalidad sobre los hijos, los más débiles e indefensos, mientras que lo poco que alcanza a llegar al adulto objeto de ese odio y rabia casi no lo daña, pues éste tiene algunos mecanismos de defensa”, explica.

Deterioro de la propia imagen

El espejo en el cual se ven desde muy temprana edad los hijos es el papá y la mamá. Se ven en ambos (no la hija en la mamá y el hijo en el papá, sino en ambos) y en relación a estas figuras paterna y materna se van desarrollando y construyendo sus relaciones heterosexuales y de amistad.

El que la auto imagen de los hijos sea consecuencia de la relación que sus padres establecen entre sí, implica que al destruir o atacar a una de estas figuras, se vaya destruyendo también, en parte importante, la auto imagen de ese hijo.

Temor a fracasar; miedo al compromiso

El vínculo que los hijos establecen con sus padres es el que proyectan hacia la sociedad. Cuando falta ese vínculo -por separación o incluso por ausencia debido al trabajo de él o de ella- se empobrece esa relación hacia la sociedad. Muchas veces suplen los abuelos y los tíos, pero en otros casos quedan con un temor a vincularse con la sociedad.

Por eso, el hombre o la mujer que ha tenido una mala experiencia en su familia de origen, sea porque sus padres se trataban muy mal, porque se separaron, porque se crió solo con su mamá, etc., probablemente tendrá un alto grado de inseguridad en su vida afectiva y un gran temor a fracasar.

Continuará

Lic. Rosa Elena Ponce V. 

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