Colaboración: Silvia Pérez-Valles
Un padre llevó a su
hijito a un largo paseo por el bosque. Como era pequeño,
le llevó sobre sus hombros por mucho rato. Luego le puso
de pie y le dijo que tendría que caminar hasta la casa.
Al rato el pequeño lloraba porque estaba muy cansado,
demasiado cansado para dar un paso más.
El padre cortó un
palito y lo limpió muy bien de toda astilla mientras el
niño observaba. Al terminar, dijo: «Mira, hijo, aquí
tienes tu propio caballito para que te lleve a casa».
Encantado, el niño se montó sobre su caballito y
felizmente llegó a casa. Y en casa dio vueltas por todo
el jardín hasta que tuvo que ir a bañarse y acostarse,
ya rendido.
A veces nuestro Padre
nos lleva y a veces nos deja caminar, y muchas veces
creemos que ya no podemos más cuando alguien, movido por
él, nos ofrece un caballito – una idea, una promesa, una
canción nueva, un cariño, una oración intercesora, lo
que sea, y sobre ese corcel llegamos a la meta.
¿Necesitas
un caballito?
¿Otro hermano está
necesitando un caballito?
Ofrezcámoselo con ternura, recordando nuestro propio
cansancio… a veces eso hace toda la diferencia para un
pequeño hermano.
Lic. Rosa Elena Ponce V. |