P. Alejandro Cortés
González-Báez
No entiendo por qué,
pero a lo largo de mi ya no corta vida, siempre he
tenido amigos locos, desquiciados, orates, chiflados,
maniáticos, trastornados, idos, dementes,
desequilibrados, insanos, tocados y/o excéntricos, y la
verdad es que desconozco por qué me he encontrado con
tanta gente así, pues aquí no se cumple el dicho aquel:
“Dios los hace y ellos se juntan” ya que entre los
habitantes de este planeta yo soy uno de los más
normales.
Entre mis camaradas
tengo: escaladores, actores, cantantes, rescatistas,
bohemios; locutores, que usan corbata de moño,
paracaidistas, boxeadores y muchos casados… ¡Bendita
locura la del matrimonio! pero, al fin y al cabo,
locura.
Soy de la idea de que
gracias a las chifladuras de los locos se han logrado
obras maravillosas: se han descubierto continentes, se
han conquistado todas las cumbres de la Tierra, se han
inventado aparatos que vuelan y atraviesan las
profundidades del mar, se hace nacer y renacer ese amor
que mueve al mundo, se ha creado arte, se ha amado a
Dios hasta no poderse más -que en eso consiste la
santidad de los grandes santos-. Todo ello acompañado de
la incomprensión y crítica de los “cuerdos”, por no
llamarlos -en algunos casos- cobardes o apocados.
Otra cosa muy distinta
son las locuras que encadenan: las de los vicios como el
alcohol, las drogas y la lujuria; las ambiciones de
poder y de fama que engendra la vanidad, y de ese
sentirse superior a los demás.
Las esquizofrenias,
paranoias y demás patologías, son harina de otro costal,
y esas las dejo a los especialistas. Son, en definitiva,
enfermedades que merecen nuestra comprensión y ayuda,
además de nuestras oraciones, para quienes las padecen y
quienes conviven con ellos. Cuántas de ellas podrían
haberse evitado si hubieran recibido el cariño que todos
necesitamos.
Nos ha tocado vivir en
una época en la que nos sobran ofertas sobre todo tipo
de satisfactores materiales y técnicos y, sin embargo,
hay un hueco muy grande y profundo de asuntos que no se
venden en las tiendas: comprensión, atención, cariño,
perdón y ternura. En esta penuria encontramos las causas
de tantos desequilibrios psíquicos.
El tema de la locura
es, pues, semejante al del colesterol. Hay colesterol
bueno y colesterol malo. Necesitamos meter mucha gente
en el manicomio de los buenos, de aquellos que son
capaces de renunciar a su seguridad para vivir olvidados
de sí mismos pensando en los demás, para que disminuyan
los enfermos mentales. Para evitar que haya más, y sanar
a los que ya hay. Necesitamos, también, locos que sueñen
con un mundo mejor.
Reza el refrán: “De
músico, poeta y loco todos tenemos un poco”. ¿Será
cierto? Ojalá que sí.
Lic. Rosa Elena Ponce V. |