Por
Gaby Vargas
Te
uso, te dejo. Éste es un modelo cada vez más común: la
relación desechable. La conexión es ligera, sin
compromiso, sin ataduras, con sexo casual y divertido.
¡¿Qué mejor?!
Sin
embargo, en este “el mejor de los mundos” aparece una
sensación de que “algo falta”. Ese algo es la
intimidad, esa que va más allá de lo meramente
físico. Sin ella, la relación es absurda, porque se da
entre cuatro personas, no entre dos: las dos falsas, que
se tratan, y las dos reales, que permanecen ocultas.
Los
humanos tenemos cinco partes importantes en nuestra
vida, hechas para trabajar en armonía: la física, la
emocional, la mental, la social y la espiritual. Y
claro, en el “fast track” es más fácil encontrar
una supuesta intimidad en lo físico que en las otras
cuatro áreas.
Sin
embargo, pronto descubres que ese tipo de intimidad
es temporal, porque el deseo de profundizar no se
sacia; es por ello que, a veces, saltamos de relación en
relación.
Intimidad significa compartir mi, nuestro, ser en su
totalidad.
Es esa conexión profunda con el otro; una unicidad, sin
máscaras, sin miedos. Desnudar el alma y tocar los
linderos de lo espiritual.
¿Que
es riesgoso?
¡Claro que lo es! Es como entrar a la jungla. No hay
garantía alguna. Entre tú y yo se percibe una especie de
peligro, y no sabes si la relación lo aguantará. Es por
eso que interactuamos de “lejitos”, vivimos protegidos
con veinte escudos. Es más cómodo. Si te acercas
demasiado, amenazas mi esencia y yo la tuya. Nuestras
máscaras se relacionan…
Decimos lo que hay que decir, hacemos lo que hay que
hacer, y la relación se convierte en una especie de vaga
conveniencia.
Marshall Hodge, en su libro Fear of love (Miedo de
amar), dice: “Anhelamos momentos de expresiones de amor,
de cercanía, ternura, pero a menudo, en el momento
crítico, nos retractamos. Tememos la cercanía. Tememos
amar”. Más adelante, Hodges escribe, “Entre más te
acercas a alguien, mayor el potencial a sentir dolor”.
Ésta es la verdadera razón por la que rechazamos la
intimidad.
Sin
embargo, vale la pena asumir el riesgo. Lo peor
que puede pasar es que la relación termine, pero es
mejor que sea auténtica y separarse, que juntos y “de
mentiras”.
¿Quién puede decir que no ha salido lastimado de una
relación? Creo que muy pocas personas. La pregunta es
¿qué hacemos con ese dolor? Para camuflagearlo, optamos
por ese doble juego: Quiero amar y ser amado/a... pero
espérame tantito, ya me han lastimado antes. Así que
saco mis escudos. ¿El resultado? Una gran soledad.
El
erotismo, que no es la sexualidad, es sin duda una
puerta maravillosa que nos conduce a la intimidad. Sin
embargo, en esta última, las expectativas románticas y
la magia que esperamos son muy altas. Queremos que todo
sea tan perfecto, que el sentido profundo del placer en
unión se pierde.
El
doctor Henry Brandt, en el Collegiate Challenge Magazine
, dice que hay un síndrome, un patrón de conducta en las
parejas que lo consultan: “Al principio, el sexo era
emocionante. Luego empecé a sentirme incómoda, y después
me enfadaba mi pareja. Peleamos, discutimos y finalmente
terminamos. Ahora somos enemigos”.
Ese
síndrome se da por la unión de dos personas centradas en
sí mismas, que buscan su propia satisfacción. Los
elementos de unión e intimidad no pueden darse de
inmediato, sin riesgo, sin paciencia y sin esfuerzo. Por
lo que una persona que tiene una relación desechable
vive fuera de balance y añorando una armonía.
Arriesga todo.
Da el paso a pesar del peligro. Si te equivocas, de
todas maneras sales más fortalecid@. Lo único que
está en tus manos es tu vida, hazla lo más rica posible.
Lic. Rosa Elena Ponce V. |