Autor
anónimo.
Publicado en
Notes et practiques ignatiennes
Cuando alguien te pide
que lo escuches es muy fácil caer en varias tentaciones:
juzgar si está bien o mal; intentar resolverle la vida;
dar consejos... Pero son tentaciones. Para aprender a
escuchar te ayudará este brevísimo texto:
¿PUEDES SIMPLEMENTE ESCUCHARME?
Cuando yo te pido que me
escuches y tú empiezas a darme consejos, no has hecho lo
que te he pedido.
Cuando te he pedido
escucharme y tú has empezado a explicarme por qué yo no
debía sentirme así, tú has maltratado mis sentimientos.
Cuando te he solicitado
que me escuches y tú piensas en lo que debes hacer para
resolver mi problema, me has rechazado por extraño que
esto pudiera parecer.
Óyeme, es todo lo que te
he pedido: que tú me escuches. No que hables o que hagas
cualquier otra cosa; te pido únicamente que me escuches.
Los consejos no son
caros, y por veinte pesos yo acudiría al periódico, al
correo del corazón y al horóscopo. Sé que puedo hacer
algo por mí mismo pues no soy impotente.
Quizá puedo desanimarme
o desalentarme un poco, pero no importa. Cuando tú haces
algo por mí, pero yo necesito hacer algo por mí mismo,
contribuyes a aumentar mi temor, tú acentúas mi
desorientación.
En cambio, cuando tú
aceptas sencillamente el hecho que estoy sintiendo lo
que siento (poco importa el raciocinio), entonces yo
puedo empezar a comprender lo que sucede en mis
sentimientos irracionales.
Cuando todo está
claro, las respuestas son
evidentes y yo no tengo necesidad de consejos. Los
sentimientos irracionales se vuelven inteligibles cuando
nosotros comprendemos lo que realmente acontece.
Quizá por esto, la
oración funciona para algunas personas porque Dios es
silencioso. Él no nos da consejos. No intentamos
arrancarle cosas. Él nos escucha simplemente y nos deja
resolver el problema por nosotros mismos.
Finalmente, si quieres,
escúchame y entiéndeme. Y si tú quieres hablar, espera
justamente un instante y entonces yo te escucho.
Lic. Rosa Elena Ponce V. |