Emilio Avilés Cutillas
Qué
estupendo es jugar un partido de fútbol o tenis, pero
qué lamentable si por jugarlo dejamos de visitar a un
familiar enfermo o atrasamos una tarea de servicio
necesaria en ese momento.
Recordemos que, ya desde Aristóteles, es de común
conocimiento que el buen obrar se consigue con esfuerzo.
Es necesario el hábito, conseguido con la repetición de
actos, para formar la voluntad. No es suficiente tener
sólo información, se precisa una voluntad entrenada en
la toma de decisiones para poder superar los impulsos
irracionales que a todas las edades nos pueden
sorprender.
Para
ello, creo que vale la pena ejercitarnos más, en el
entorno familiar y de amistades, en juegos lúdicos,
deportivos y de sobremesa, tradicionales y modernísimos,
artísticos e intelectuales, que pueden ser medio de sana
diversión y crecimiento. No veamos la diversión como un
compartimiento estancado de nuestra vida. Puede y debe
ser una oportunidad diferente, nueva, creativa, para
conocer y conocernos más y ampliar nuestras capacidades
y habilidades.
El
momento y lugar no lo dejemos siempre a la
improvisación. Pongamos el querer y el conocer en
marcha. Según qué juegos sean los elegidos, vamos a
entrenarnos más en nuestra capacidad de convivencia,
espíritu de superación, trabajo en equipo, esfuerzo
paciente y continuado, comprensión mutua, saber ganar y
saber perder, conocimiento propio y ajeno, situación
espacial, habilidades sociales, razonamiento lógico,
expresión artística, capacidades físicas y deportivas,
respeto a las reglas establecidas, etc.
Sea
como sea, las actividades para el ocio han de completar
la formación humana de pequeños y mayores. Esa variedad
de juegos, bien seleccionados, seguro que motivarán su
desarrollo y buen acabamiento, a pesar de posibles
dificultades técnicas o algún esfuerzo personal para
perder con dignidad o ganar con elegancia.
Identificar núcleos de aficiones comunes o individuales
en la familia nos puede ser de gran ayuda para
conocernos mejor entre nosotros y como grupo. Eso, a los
adultos nos puede exigir poner grandes dosis de
creatividad y generosidad. Sí, por supuesto. Pero está
claro que el ejercitar virtudes como el orden, la
constancia, la humildad, la sinceridad, la
espontaneidad, la fortaleza, el compañerismo, el
respeto, etc. y el disfrute de todos, nos aportarán una
gratificación añadida que es la unidad familiar, medio
imprescindible para afrontar con serenidad las
dificultades cotidianas, que esas sí irán en serio.
Hemos de ser capaces de jugar y hacer jugar.
Aprovechemos este observatorio maravilloso para conocer
mejor a las criaturas e incluso a nosotros mismos.
Descubramos cómo chicas y chicos pueden crecer en
obediencia, abnegación, ingenio o lealtad. Comprobemos
sus maneras de decir espontáneas, su fino humor, sus
modales y sus preferencias.
Pero, podríamos replicar, ¿Sabemos jugar con nuestros
hijos? Seguro que sí. Planeemos y organicemos con
frecuencia unas buenas sesiones de juegos divertidos,
amables, variados, adaptados a su forma de ser y que les
motive. Ese es nuestro reto y nuestra ilusión:
facilitarles y hacerles atractivo —junto a nosotros y
hermanos o amigos- el ser protagonistas, más o menos
reales, que buscan superarse y mejorar en aventuras,
cuentos, competencias deportivas y juegos de mesa.
Y,
efectivamente, jugaremos un maravilloso partido de tenis
o fútbol después de atender nuestras obligaciones. De
esta manera, valores estupendos como la tolerancia serán
además respeto; la libertad, ... responsabilidad; la
solidaridad, ... comprensión; la justicia, ...
benevolencia y la ciencia, ... humildad.
Lic. Rosa Elena Ponce V. |