Virtud… ¡qué aburrimiento! Habilitarse…
para una entrega radical.
La gran aventura.
Por Tomás Melendo Granados *
Virtud… ¡qué aburrimiento!
No
quiero insistir en que el hábito tiene mucha menos
relación con la repetición de actos que con la
potenciación o habilitación de la facultad que vigoriza.
Es decir, el hábito y la virtud, con independencia
absoluta de su origen, nos tornan mejores
y, de forma muy directa, nos permiten obrar
a un nivel muy superior que antes de poseerlos.
La
cuestión resulta muy fácil de ver en las habilidades de
tipo intelectual, técnico o artístico: solo quien ha
aprendido durante años a dibujar, a proyectar edificios
y jardines o a interpretar correctamente al piano
es capaz de realizar tales actividades de la
forma correcta y adecuada, con facilidad y gozo, y sin
peligro próximo de equivocarse… a no ser que le de la
gana hacerlo mal.
Lo
mismo ocurre con las virtudes en sentido más estricto.
Quien ha adquirido la virtud de la generosidad, pongo
por caso no solo se desprende fácilmente de aquello con
lo que puede hacer más feliz a otro, sino que se siente
inclinado a realizar ese tipo de acciones y disfruta
como un enano al realizarlo.
De ahí
que la vida éticamente bien vivida no sea una
especie de carrera de obstáculos tediosa y sin norte, un
«más difícil todavía» carente de término, sino —justo
gracias a las virtudes— una senda de disfrute
progresivo, en el que incluso el dolor y el sacrificio
se tornan gozosos.
La génesis de las virtudes
La
experiencia demuestra que, en ocasiones, una persona
adquiere el valor (o pierde el miedo) como resultado de
una única acción, más o menos arriesgada: por ejemplo,
saltar en paracaídas por vez primera… y experimentar la
emoción que impulsa —ya sin miedo— a volver y volver a
saltar.
Y me
parece que el acto único de la entrega
matrimonial consciente y decidida tiene un efecto muy
parecido: otorga a quienes se casan el vigor y la
capacidad para amarse de por vida a una altura y con una
calidad… imposible sin esa donación absoluta.
Cosa no
difícil de comprender si recordamos que el fin de toda
vida humana es el amor entregado, y que la ofrenda que
se realiza en el matrimonio, no puede sino fortalecer la
capacidad de amar… hasta el punto de situarla a una
distancia casi infinita de la que los novios tenían
antes de la boda.
Habilitarse… más o menos
Me
explico con un poco más de detalle. A veces entendemos
la responsabilidad como la cuenta que habremos de dar
por lo que hemos hecho mal o por lo bueno que hay en
nuestra vida.
De
nuevo es una visión correcta, pero muy pobre. Ante
cualquier acción que realizamos, nuestra persona
responde de inmediato mejorando o empeorando.
Esa respuesta, que nos marca queramos o no, es la
verdadera responsabilidad: el modo como nuestro ser
responde y se modifica en función de nuestras
actuaciones.
Pongámonos en el supuesto de acciones buenas. Cada una
de ellas nos mejora y nos hace más capaces de realizar
fácilmente, con gusto y sin equivocarnos el mismo tipo
de operaciones. Pero no todas nos capacitan con la misma
intensidad.
Quien
presta sus apuntes a un compañero, se hace un poco más
generoso; quien dedica toda una tarde a explicarle lo
que no comprende, bastante más; quien, sin que se note,
está constantemente pendiente —aunque a él le cueste
sangre— de que sus amigos hagan lo que deben, con gracia
y sin hacérselo pesar… ¡es un tipo grande, maestro en
generosidad y en muchas otras virtudes.
Continuará
Lic. Rosa Elena Ponce V. |