“Agarra
bien el tenedor.”, “Come con la boca cerrada.”, “¡Usa la
servilleta!”...
Lic. Gabriela Lima, psicopedagoga.
El
eterno discurso paterno a la hora de la comida suele
transformar lo que debería ser un buen momento en una
tortura para ambas partes: los chicos sufren por los
retos, los padres se ponen nerviosos y todos terminan
atragantados y deseando que el momento de la comida pase
lo más rápido posible. ¡Justamente ésa, que suele ser
una de las contadas ocasiones en las que la familia
puede reunirse a pleno, cuando hay que encender el
diálogo y apagar el televisor!
¿Vale
la pena enseñarles a los chicos buenos modales en la
mesa? ¿No sería más fácil dejarlos comer como quieran y
evitarnos un mal momento? Entonces, como padres nos
planteamos dos cuestiones: por qué enseñar buenos
modales en la mesa y cómo hacerlo.
Los
“buenos modales” en la mesa son, sin duda, una cuestión
cultural, de ningún modo una cuestión universal. A
través de los tiempos el hombre ha pasado de comer con
las manos a inventar “herramientas” específicas para
esta necesidad y hoy en día podemos observar que en
diferentes culturas los parámetros de lo que se
considera correcto a la hora de sentarse a comer pueden
ser muy diferentes: entre el eructo que elogia la comida
hasta los seis cubiertos, tres copas y sorbete de limón
entre plato y plato se despliega un abanico de
posibilidades.
Pero
todas estas realidades pueden ser conversadas con los
chicos y hasta pueden ser “un cuento” que les despierte
interés en este punto. Comer de acuerdo a las normas de
nuestro medio social es un aprendizaje que forma parte
de la socialización y que es tan importante como
aprender fórmulas de saludo y despedida, por ejemplo.
Más allá de ser un mero capricho de los padres, tiene el
valor de toda adquisición de pautas culturales.
Aunque
en su vida cotidiana tal vez no use cuchillo de pescado,
saber usarlo es un “plus”. Más grandes, enseñarles el
orden en que se usan los cubiertos cuando hay más de un
par, cómo se cruzan al terminar de comer y dónde debe
colocarse la servilleta durante la comida estos son
conocimientos que hacen la educación de nuestros hijos.
También, dentro de la medida de las posibilidades de
cada familia, es recomendable llevarlos a algún buen
restaurante, donde se enfrente con situaciones que no
son las cotidianas en casa. Así, si el maitre se
lleva sus abrigos, no van a pensar que se los están
robando.
Si
nuestros hijos aprenden buenos modales y de grandes
almuerzan parados frente al refri, tomando del pico de
la botella, no importa: no lo usa porque no lo necesita,
cuando tenga que ir a un almuerzo de trabajo, va a
contar con ese conocimiento.
Ahora,
la cuestión es cómo, porque lo importante es no darle
más trascendencia de la que tiene. A veces los adultos
ponemos en este tipo de cuestiones domésticas y
cotidianas con los hijos el estrés y el cansancio de
todo el día y provocamos situaciones violentas y
desagradables que no contribuyen, justamente, a generar
buenos momentos y fortalecer el vínculo familiar.
Durante
la comida, podemos hacer dos o tres señalamientos,
siempre de buena manera, sin humillar a los chicos ni
retarlos: nadie nace sabiendo. Después, debemos confiar
en que también los chicos aprenden con sólo ver comer
bien a sus padres (hay que asegurarse de esto para no
caer en el famoso “Haz lo que yo digo pero no lo que yo
hago”) y disfrutar de la compañía de sus hijos.
Seguramente, de grandes, van a tener mejores modales y
van a gozar más de la comida en compañía recordando las
comidas de su infancia sin angustia.
¡Bon appétit!
Lic. Rosa Elena Ponce V. |