El
que reparte, abre la puerta a la felicidad... acaparar y
ser egoísta cierran la puerta
P. Mariano de
Blas, L.C.
Hay en
Tierra Santa dos lagos alimentados por el mismo río,
situados a unos kilómetros de distancia el uno del otro,
pero con características asombrosamente distintas. Uno
es el "Lago de Genesaret" y el otro el llamado "Mar
Muerto".
El primero
es azul, lleno de vida y de contrastes, de calma y de
borrasca. En sus orillas se reflejan delicadamente las
flores sencillas amarillas, rosas, de su bellísimas
praderas.
El Mar
Muerto, es una laguna salitrosa y densa, donde no hay
vida y queda estancada el agua que viene del Río
Jordán.
¿Qué es lo
que hace tan diferentes a los dos lagos alimentados por
el mismo río? Es sencillamente ésta: El Lago de
Genesaret trasmite generosamente lo que recibe. Su agua
una vez llegada allí, parte inmediatamente para remediar
la sequía de los campos, a saciar la sed de los hombres
y de los animales; es un agua altruista.
El agua del
Mar Muerto se estanca, se adormece, se salitra, mata. Es
agua egoísta, estancada, inútil.
Pasa lo
mismo con las personas. Las que viven dando y dándose
generosamente a los demás, viven y hacen vivir. Las
personas que egoístamente reciben, guardan y no dan, son
como agua estancada, que muere y causa la muerte a su
alrededor.
Pensamos que
cuando repartimos nuestro dinero, tiempo, honor, nos
empobrecemos, que los demás se van quedando con lo
nuestro y nosotros nos vamos vaciando y empobreciendo
cada vez más. Eso nos parece, estamos seguros de que así
es, pero ocurre exactamente lo contrario.
Cuánto más
damos más recibimos. Cuanto menos repartimos de lo
nuestro, más pobres nos volvemos. Es una ley espiritual
que se cumple puntualmente, es una ley difícil de
aceptar, por eso pocos se arriesgan a ponerle en
práctica, pero hay un reto muy interesante para el que
lo quiere aceptar.
El que
quiere vivir de acuerdo a esa ley de dar y darse a los
demás, se llevará sorpresas muy agradables. Es mejor dar
que recibir.
Muchas
gentes se parecen al Mar Muerto: sólo reciben, acumulan,
no se dan y así se fabrican una vida amarga, desdichada
e infeliz. Hay otros que dan y se dan a sí mismos con
generosidad y sin esperar recompensa... Está gente es la
más feliz de nuestro mundo.
El que
acumula para sí solo, llama a gritos a la infelicidad y
ésta llega. El que reparte, abre la puerta a la
felicidad. . Acaparar y ser egoísta cierran la
puerta
Lic.
Rosa Elena Ponce V. |