Autor: Ramón Muñiz Abad
“Por
ahí”. Frase mágica. Te puedes pasar media tarde rondando
a tu hijo sin conseguir que te diga mucho más. “Pero
vamos a ver, ¿por ahí?, ¿dónde es por ahí?, ¿qué haces
por ahí? ¿No estaría mejor quedarse por aquí?” Y no hay
forma de sacarle ni media palabra. Entre la infancia y
la madurez existe eso que se llama adolescencia y
que se parece bastante al más horrible sarampión. Dicen
que te viene, cuando los miedos y los problemas que nos
da nuestro hijo, se multiplican hasta el infinito.
Sale
por la noche, empieza a tener contacto con el sexo y
puede que con la droga, empieza a definir su futuro
profesional, nos contesta más a menudo y no se deja
dirigir con facilidad... y encima se junta con unos
amigos que tienen una forma horrible de vestir.
Pero
que el árbol no nos tape el bosque. Con frecuencia los
sufrimientos de tanto problema, nos hacen olvidar que
ahora está aprendiendo lo que es la vida de verdad, y
cómo se va a definir él ante ella. Pasa menos tiempo
en casa porque ya no es nuestro niño, es una persona,
un individuo que se está formando. Está dejando
atrás al niño que ha sido para que crezca en él una
persona madura; eso le enfrenta a su pasado y, en cierta
forma, a todas las personas que intentan anclarlo en ese
pasado.
Cambiar, es una lucha interior muy dura
que necesita del apoyo de gente que
comprenda sus circunstancias más intimas y cada paso que
da. Ahora necesita a un grupo de su edad, con los
que compartir sus preocupaciones, que le acepten no por
ser de la familia, sino por esa forma nueva que tiene de
ser y pensar. Cuando era un niño nosotros éramos todo el
apoyo que necesitaba, pero ahora se está
independizando de sus padres y necesita de otros apoyos.
No podemos culparle por todo esto.
Por eso
ahora no se le ve ni el pelo. Pero por mucha tristeza
que podamos sentir al perder la “competencia”, el
que pase más tiempo con sus amigos que con nosotros no
es necesariamente malo: un círculo de amigos “sano”
puede ayudar en la formación de nuestro hijo mucho más
que algunos de nuestros consejos. Pero, ¿qué pasa cuando
ese grupo no es tan “sano”.
El primer problema que nos planteamos es la intimación:
los atrevidos del grupo, esos líderes que pueden
intentar empujar a nuestro hijo a probar o hacer cosas
que él no quiere, pero si se niega perderá el apoyo del
resto de la pandilla.
Otro
problema serio se da “cuando el adolescente está con
gente que no le gusta, haciendo cosas que no le
llenan, pero sigue ahí con ellos, porque cree que si no
está con esos amigos va a quedarse solo”, según la
psicóloga Virginia Fernández. Para la especialista, esto
“es horrible, porque el medio ambiente en el que se
desarrollan no les hace sentirse seguros, tranquilos ni
respetados, precisamente en el momento que más falta les
hace”. Es un problema de confianza que se irá
incrementando: “primero el joven cree que no pueden
existir otros amigos con los que estar o que éstos son
lo mejores aunque a él no le gusten; así que les acepta
y comienza a hacer cosas que ellos hacen pero que a él
le siguen sin gustar, con lo que cada vez se siente más
frustrado e inseguro”. Un problema de timidez no
atajado puede hacer que tu hijo crezca conociendo a poca
gente y teniendo escasas experiencias.
Para
evitar éstas situaciones con los amigos hay que
fortalecer la autonomía de los adolescentes, que
sean capaces de defender sus ideas y gustos, de moverse
para cumplir sus expectativas, y de decirle “no” a
cualquiera, incluso a nosotros mismos, si no conseguimos
convencerle.
Continuará
Lic. Rosa Elena Ponce V. |