Con
respeto y admiración a todos los maestros por vocación
Por Gabriel Perissé
Colaboración: Mario Luis Pedroza
Profesores apasionados, despiertan temprano y duermen
tarde motivados por la fija idea de que pueden mover al
mundo.
Apasionados olvidan la hora del almuerzo y de la cena,
están preocupados con las múltiples hambres que de
diversas formas debilitan a las inteligencias.
Las
profesoras apasionadas descubrieron que hay hombres en
el magisterio igualmente apasionados por el arte de
enseñar que es el arte de dar contexto a todos los
textos.
No
hay pretextos que justifiquen a los profesores
apasionados un grado menos de pasión y no va en eso un
poco de romanticismo barato. ¡Apasionarse sale caro!
Los
profesores apasionados, con o sin auto, bocinan el
silencio comodista, llevan a los alumnos que viven más
lejos del conocimiento, salen cantado la rueda de la
alegría.
Si
están apasionados, ¡y lo están! Hacen de la sala del
aula un espacio de cánticos, de énfasis, de síntesis que
demuestran, por las vías del contraste, lo absurdo que
es vivir sin pasión, enseñar sin pasión.
Da
pena, da compasión ver al profesor desapasionado,
soñando despierto con la jubilación, contando con los
dedos los días que faltan para sus vacaciones, buscando
en el calendario los próximos feriados.
Los
profesores apasionados saben muy bien de las
dificultades de la falta de respeto, de las injusticias,
hasta de los horrores que hay en la profesión.
Pero
el profesor apasionado no deja de profesar, y su
protesta es continuar amando apasionadamente.
Continuar amando es no perder la fe, palabra pequeña que
no se diluye en el café ralo, no se apaga como un trazo
de tiza en el cuadro.
Tener fe impide que el miedo lastime el amor, que las
alienaciones antiguas y nuevas sustituyan la lúcida
esperanza.
Dar
clases no es contar chistes, pero quien da clases sin
humor no tiene nada, enseñar es una forma de oración. No
esa oración de repetir palabras sin sentido, con voz
melosa o insípida. Mera oración subordinada y nada más.
Los
profesores apasionados quieren todo. Quieren multiplicar
el tiempo, sumar esfuerzos, dividir los problemas para
solucionarlos. Quieren analizar la química de la
realidad. Quieren trazar el mapa de inusitados tesoros.
Los
ojos de los profesores apasionados brillan cuando, en
medio de una explicación, perciben la sonrisa del alumno
que entendió algo que el mismo profesor no esperaba
explicar.
La
pasión es inexplicable, lo sé. Pero también es
indisfrazable.
¡Felicidades a todos los maestros!
Lic. Rosa Elena Ponce V. |