Sin prisas pero sin pausa
Parte I
Por: Jose Luis Trechera
Profesor de Psicología del Trabajo
“Tanta prisa tenemos por hacer, escribir y dejar oír nuestra
voz en el silencio de la eternidad que olvidamos lo
único importante: vivir”
(R. Stevenson)
En la
costa oeste de Nicaragua se produce en las tardes-noche
de julio un espectáculo inolvidable: cientos de tortugas
emergen de las aguas del Pacífico para conquistar la
orilla y con sus movimientos pausados buscan un lugar
idóneo para enterrar sus huevos en la arena. Con el
objetivo de cumplir con la misión de mantener la
especie, cada animal quizás haga un recorrido de miles
de kilómetros para volver al sitio donde nació y en
ello, según la tradición popular, puede que empleen unos
treinta años.
Desde
nuestro contexto, ¿cómo evaluaríamos ese modo de
proceder? ¿Es una pérdida de tiempo? ¿Es una baja
productividad? Quizás nos surja el deseo de poder
acelerar el proceso para que fuesen más rápidas y
eficaces. Seguro que también se buscaría alguna
justificación racional: de esa manera se les ayudaría y
facilitaría su ardua labor y podrían tener más
descendencia. Desgraciadamente, la disminución de
ejemplares tortuga no va unido a la ineficacia de su
ciclo vital, sino a la presencia del ser humano, que
roba sus huevos y arrasa a los ejemplares adultos,
provocando su lenta desaparición.
Si
utilizamos el símil de la tortuga es para interrogarnos
sobre los estilos de vida actuales. En nuestra cultura
ser lento es sinónimo de ser torpe, “tonto” o inútil. Se
impone la rapidez y la impaciencia, todo tiene que estar
disponible “al momento”. Por ejemplo, hoy una espera de
quince segundos ante el ascensor se hace insoportable o
por mucha alta velocidad o banda ancha de la que se
disponga, nos enerva que no aparezca rápidamente una
página en internet. Cualquiera que observe el día a día
de nuestras ciudades verá una vorágine de sujetos
corriendo desesperadamente de un lugar para otro. Muchas
personas, si pudieran desearían que el día tuviera el
doble de horas o la posibilidad de incluso no dormir, ya
que supone una pérdida de tiempo.
¿Qué
nos pasa? ¿Hemos incrementado la felicidad con ese modo
de vivir? ¿Somos más eficaces? La experiencia demuestra
que todos nos quejamos de las prisas pero sucumbimos a
ese ritmo frenético. ¿Es una condición irrenunciable de
la vida moderna o algo imposible de cambiar? ¿Nos ayuda
a ser más personas? Quizá, si somos conscientes de la
situación y de las consecuencias que provoca, podamos
ofrecer alternativas para afrontar la realidad de otra
manera. Es el propio ser humano el que se plantea el
problema y el único que tiene la respuesta.
ANÁLISIS DE
LA
SITUACIÓN
“Los
occidentales tienen el reloj, los orientales poseen el
tiempo”
(Proverbio Árabe)
Una de las características principales de nuestro mundo
actual es la aceleración, la rapidez, el cambio brusco,
la inmediatez. Decir que “no hay tiempo” es una
expresión demasiado generalizada. De ahí que en el
denominado “primer mundo”, el tiempo se considere un
bien escaso y como tal muy apreciado, “time is
Money”, y no es raro que se afirme que puede que
sea uno de los recursos más valorados en el siglo XXI.
En nuestro contexto actual nos invade la prisa. Se tiene la
experiencia de que las actividades nos superan y
desbordan. La urgencia precipita un modo de proceder en
el que casi todo tiene que estar terminado para ayer.
Así, no se vive en el presente, porque el presente “ya
es pasado” y en consecuencia, difícilmente se proyectará
un futuro, porque nunca podrá llegar.
Nos encontramos gobernados por los relojes, con la sensación
de que cada vez corremos más y curiosamente, cada vez
tenemos menos tiempo. Funcionamos como unos “hamsters”
que son colocados en un entorno social – jaula- y que no
paran de correr a toda velocidad día y noche dentro de
una rueda que se mueve pero que no se desplaza a ningún
sitio y cuyo único objetivo es mantenerla en continuo
movimiento.
A pesar de los inventos modernos que deberían aliviar la
dureza de la actividad diaria y facilitar una existencia
más relajada, la realidad camina por otro lado. Más que
controlar y disfrutar del tiempo, da la sensación que es
éste el que nos dirige y domina. Más que vivir, el ser
humano se “desvive” o mal vive.
Continuará
Lic. Rosa Elena Ponce V. |