Sin
prisas pero sin pausa
Parte
II
Por: Jose Luis
Trechera
Profesor de Psicología del
Trabajo
CONSECUENCIAS
“Cuando las
cosas suceden con tal rapidez, nadie puede estar seguro
de nada. De nada en absoluto, ni siquiera de sí mismo”
(M.
Kundera)
El tiempo se
está convirtiendo en uno de los bienes más escasos en
los países “desarrollados”. La presión se hace
insostenible y comienza a “pasar factura”. He aquí
algunos comportamientos que pueden reflejar esa
“protesta”:
-
Alteraciones
psicosomáticas: desequilibrios metabólicos, obesidad,
trastornos digestivos, insomnio, trastornos del sueño,
etc.
-
Ansiedad y
tensión: aumento de la agresividad, la competitividad y
la sensación de vivir en un estado de alerta permanente.
-
Activismo.
Tendencia a potenciar las “multitareas”: conducir
comiendo, bebiendo o hablando por el celular.
-
Omnipotencia,
omnipresencia y creerse imprescindible. Se piensa que se
es insustituible y necesario para realizar todas las
actividades.
-
Deshumanización
personal. No se piensa, se actúa como robots, ya que no
hay tiempo para pararse y reflexionar.
-
Fragmentación
y “temporalidad”. Se pone en práctica al fenómeno
“Kleenex”, todo es para “usar y tirar”, y tiene
“fecha de caducidad”. En consecuencia, lo mismo que se
hace con los utensilios, se realiza con las personas.
-
Desestructuración
social. La “falta de tiempo” la están pagando las
familias, las madres trabajadoras, etc. Lamentablemente,
los buenos momentos no vividos con los hijos cuando
tienen dos años, no se pueden recuperar cuando cumplan
dieciséis.
La situación
actual se podría sintetizar en los siguientes trastornos
que se observan en la práctica clínica:
1.
La
enfermedad de la prisa: “el hombre orquesta”.
2.
La
adicción al trabajo: “Adicción decente y respetable”.
3.
El
estrés: “La chispa de la vida o la carcoma que corroe y
mata”.
4.
El
síndrome “bournout” o estar quemado.
5.
El
narcisismo:
“Narcotizados y aplastados por el Yo”
ALTERNATIVA:
“LA CALMA ES
ORO”
“La gente
siempre culpa a sus circunstancias por ser lo que son.
Las personas que progresan en este mundo son aquellas
que buscan las circunstancias que quieren y, si no son
capaces de encontrarlas, las crean”
(G.B. Shaw)
Frente “al
mal o enfermedad del tiempo”, hay que afirmar que la
velocidad no lo es todo. Así, el vals de un minuto de
Chopin no será dos veces mejor por que lo toquemos en
treinta segundos o un idioma no se aprende en un
cursillo intensivo de cinco días. La realidad nos
muestra que no sabemos a donde vamos pero curiosamente,
si avanzamos a pasos agigantados.
A veces
puede venir la tentación de llevar a la práctica el
eslogan de los años sesenta, “qué paren el mundo que me
quiero bajar”. Sin embargo, la solución no es
bajarse.
En los
últimos años empieza a abrirse camino el movimiento
“Slow” que parte del supuesto de que la serenidad
aumenta la calidad de vida, Como afirma C. Honoré no se
pretende una declaración de guerra contra la velocidad.
Hay situaciones en las que viene muy bien actuar más
rápido, “pero lo que no podemos es convertir la
velocidad en una obsesión”.
La
“desacelaración” nos puede hacer más efectivos y de ahí
que a través de la sensibilización sobre los estilos de
vida, el movimiento Slow nos empuja a
saborear la vida y no sólo a sobrellevarla.
Desde
nuestra experiencia ofrecemos un decálogo, “la calma es
oro”, que puede aportar algunas pistas para cambiar de
estrategia:
Decálogo
para aprendices: La calma es oro
1.
Cambiar el
reloj por la brújula: tener un
norte claro.
-
Convertirse
en el protagonista de la propia historia:
poner los
medios.
-
Aprender a
conocerse: fortalezas
y debilidades.
-
Saber
priorizar: jerarquía
de valores.
-
Saborear
el presente: carpe
diem.
-
Saber
perder el tiempo: ganar
calidad de vida.
-
Darle
tiempo al tiempo: la
creatividad necesita tiempo.
-
Saber
simplificar: soltar
lastres.
-
Saber ser
paciente y perseverante: ser
proactivo y no reactivo.
-
Saber
vivir: ser
positivo y tener sentido del humor.
Comenzábamos
reflexionando sobre la tortuga y terminamos también con
ella.
Ya Esopo nos
cuenta la fábula de la tortuga y la liebre, en la que
ambas se retan a una carrera y precisamente por su
prepotencia, la liebre pierde. Es la constancia y la
perseverancia de la tortuga la que le da la victoria. Es
curioso, que para nuestro contexto cultural ser lento
sea sinónimo de torpe e inútil y sin embargo, para
muchas culturas la tortuga es un animal espiritual y
símbolo de longevidad y sabiduría.
Moverse con
lentitud no significa pensar o vivir con apatía. Lo
fundamental es hacer buen uso de esa lentitud.
Quizás lo básico no es ser “tan-lento”, sino actuar con
“talento”. He ahí la sabiduría de la tortuga:
sin prisa pero sin pausa.
Lic.
Rosa Elena Ponce V. |