Autor:
Padre Alejandro
Cortés González-Báez
Tal
parece que hoy en día uno de los temas de mayor impacto
en la opinión pública es el éxito de algunas películas;
sin embargo, pienso que hay otro de importancia muy
superior por sus repercusiones en la vida familiar y en
el desarrollo de la personalidad de todo ser humano.
Estoy hablando de la autoridad de los padres de familia
frente a sus hijos, y acerca de ello me recomendaron un
artículo publicado en “www.aciprensa.com” en su sección
de “Matrimonio y familia”. El autor, Pablo Pascual
Sorribas, expone realidades, causas y sugerencias sin
rodeos bajo el título: “Cómo lograr una autoridad
positiva con los hijos”. He aquí un resumen.
Tener autoridad -no autoritarismo- es básico para la
educación. Debemos marcar límites y objetivos claros que
permitan diferenciar qué está bien y qué está mal. Hay
que llegar a un equilibrio, ¿cómo conseguirlo para tener
autoridad? Aquí, pues, los principales y más frecuentes
errores que debilitan y disminuyen la autoridad paterna:
1.-
La permisividad. El niño, cuando nace, no tiene
conciencia sobre la moralidad de sus actos. Somos los
adultos quienes hemos de decirle lo que está bien o lo
que está mal. Ellos necesitan puntos de referencia y
límites para crecer seguros y felices.
2.-
Ceder después de decir no. Una vez que usted se ha
decidido a actuar, la regla de oro es respetar el no. El
no es innegociable. Nunca se puede negociar el no, y
perdone que insista, pero es el error más frecuente y
que más daño hace a los niños. Cuando usted vaya a decir
no a su hijo, piénselo bien, porque no debe haber marcha
atrás.
3.-
El autoritarismo. Es el otro extremo de la permisividad.
Es intentar que el niño(a) haga todo lo que el padre
quiera anulando su personalidad. El autoritarismo sólo
persigue la obediencia por la obediencia. Su objetivo no
es formar una personalidad equilibrada y con capacidad
de autodominio, sino que puede crear una persona sumisa,
esclava, sin iniciativa.
4.-
Falta de unidad entre los padres. Si el padre le dice a
su hijo que se ha de comer con los cubiertos, la madre
le ha de apoyar, y viceversa. No se debe caer en la
trampa de: “Déjalo que coma como quiera, lo importante
es que coma”.
5.-
Gritar perdiendo el control. Aunque a veces es difícil
mantener la calma. Esto supone un abuso de la fuerza que
conlleva una humillación y un deterioro de la autoestima
para el niño. Además el niño también se acostumbra a los
gritos y cada vez hará menos caso.
6.-
No cumplir las promesas ni las amenazas. Cada promesa o
amenaza no cumplida es un punto menos en la autoridad.
Las promesas y amenazas deben ser realistas, es decir
fáciles de aplicar.
7.-
No negociar por rigidez e inflexibilidad. Esto supone
autoritarismo y abuso de poder, y por lo tanto
incomunicación provocando que se rompan las relaciones
entre los padres y los hijos; asunto muy peligroso
cuando se llega a la adolescencia.
8.-
No escuchar. Dodson dice en su libro “El arte de ser
padres”, que una buena madre es la que escucha a su hijo
también cuando hablan por teléfono.
9.-
Exigir éxitos inmediatos. Frecuentemente los padres
tienen poca paciencia con sus hijos. Querrían que fueran
los mejores... ¡ahora! y además, sólo ven lo negativo.
Algunos consejos para facilitar la autoridad que exigen
coherencia y constancia:
1.-
Tener unos objetivos claros de lo que pretendemos cuando
educamos. Es la primera condición para no improvisar.
Estos objetivos han de ser pocos, formulados y
compartidos con la pareja.
2.-
Enseñar con claridad cosas concretas. No vale decirle:
“pórtate bien" o “come bien" sino darle, con cariño,
instrucciones concretas de cómo se coge el tenedor y el
cuchillo, dándole el tiempo necesario para el
aprendizaje.
3.-
Valorar siempre sus esfuerzos por mejorar, resaltando lo
que hace bien, más que lo negativo y, además,
demostrándole confianza.
4-
Dar ejemplo. Un padre no puede pedir a su hijo que
tienda su cama si él no lo hace nunca.
5.-
Huir de los discursos y sermones.
6.-
Reconocer los errores propios, enseñando que los errores
no son fracasos, sino equivocaciones.
Y
todo ello con amor y sentido común en función del niño,
del adulto y de la situación en concreto. De forma que
no se intente matar moscas a cañonazos ni leones con
resorteras.
Lic. Rosa Elena Ponce V. |