Tomado de hacer comunidad y del Meneghello Tratado
La mayoría de las
parejas deciden tener un segundo hijo cuando el primero
tiene entre dos y tres años. Los psicólogos consideran
que esta diferencia de edad es la apropiada. Por un
lado, el mayor ya no es un bebé (controla los
esfínteres, camina perfectamente...), pero no se llevan
tantos años como para no compartir juegos, horarios e,
incluso, habitación.
Cuando ya se tiene un
hijo, la primera preocupación ante un nuevo embarazo es
la cuestión de los celos. Efectivamente, para los niños
no siempre es fácil compartir a sus padres con "el
recién llegado" ni adaptarse a los cambios que se van a
producir; pero hay que hacerles ver la experiencia tan
positiva que supone tener un hermano con quien podrá
compartir en el futuro muchas vivencias, complicidades y
afecto; una experiencia única que no podría vivir si el
bebé no llegara.
La reacción de los
hermanos mayores dependerá de su edad y de su nivel de
desarrollo. Tanto pueden recibir a su hermanito con los
brazos abiertos como adoptar una actitud negativa con
las mentes y ganas cerradas a todo tipo de colaboración.
Si es un niño muy pequeño (un año ó año y medio) es
poco lo que se puede hacer para prepararle por
anticipado para los cambios que sobrevendrán después.
Pero todos los primogénitos son "príncipes destronados"
y todos sienten celos de su hermano pequeño. De la
actitud de los padres dependerá que el choque emocional
que supone la llegada de un hermano se convierta en algo
pasajero.
A veces, el mero
anuncio de que la familia va a crecer puede provocar ya
cambios en el comportamiento del hermano, que quizás se
muestre más nervioso, desobediente, malhumorado,
agresivo o negativo, especialmente a la hora de comer y
dormir. Tampoco es raro que su ansiedad se manifieste
por la reaparición de conductas ya superadas, como
volver a hacerse pipí en la cama, a chuparse el dedo o a
pretender centrar toda la atención de la madre.
Normalmente, el
problema de los celos es mayor cuanto más pequeño sea el
hermano o cuanto más sobreprotegido esté, de modo que a
partir de los cuatro o cinco años la adaptación no es
tan difícil, pues a esa edad ya tienen normalmente
cierta autonomía y son más independientes. Su capacidad
para conseguir las cosas por sí mismos les permite
tolerar mejor que otra persona ocupe el tiempo de sus
padres; si, por el contrario, les necesitan para todo,
será más difícil compartirlos con nadie. Cuando un niño
es capaz de jugar y entretenerse solo o con sus
compañeros, sin reclamar constantemente que la madre
esté con él y no se le da siempre todo hecho, sino que
poco a poco se le ha enseñado a ir superando las
dificultades por sí mismo, tiene mucha más seguridad en
sí mismo y es fácil que acepte bien la llegada de un
hermanito.
La sobreprotección
genera dependencia, inseguridad y, por tanto, celos,
pero en el otro extremo, un niño infeliz, maltratado
física o psicológicamente (y pretender educarles por
medio de amenazas es una forma de maltrato), también
será muy celoso, ya que difícilmente soportará la más
mínima pérdida, dado lo precario de su situación. Debe
dejar y no olvidar que al igual, que sus hermanos más
pequeños, también necesita cariño y atención. Aunque no
lo reclame ni lo ponga de manifiesto, tratar siempre de
disponer de algún tiempo para estar a solas con él.
Continuará
Lic. Rosa Elena Ponce V. |