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www.emergencia.org.mx           Ago. 06, 2008    Boletín No. 618


 

 

 

 

Cuando el dolor no se convierte en tragedia

Los Larraín-Heiremans tuvieron que aceptar que su madre no volvería a ser la misma. Tras un derrame cerebral Olivia quedó discapacitada: tiene dificultades para hablar, memorizar y olvidó leer y escribir.

Por: Ana María Gálvez de la Revista Hacer Familia

Camila y Paulo Larraín tenían 19 y 16 años, respectivamente, cuando a Olivia Heiremans, su madre, le descubrieron un aneurisma en el cerebro. Decidieron operarlo y en medio de la intervención reventó, dejando secuelas irreparables en su cerebro y en el lado derecho del cuerpo. Estuvo un mes en coma. Cuando se recuperó, había perdido el habla y no reconocía a sus niños. Pasó dos años deprimida. Pero quiso recomenzar porque comprendió que Dios le había dado otra oportunidad. Aprendió nuevamente a manejar, trata de volver a leer y a escribir y, a pesar de sus limitaciones físicas, ha podido retomar las riendas de su casa. En este proceso lleva cuatro años y sus siete hijos han sido sus fieles compañeros. Los mayores cuentan cómo se enfrenta la vida, cuando la mamá no puede ejercer su rol tradicional.

¿Qué ocurrió en esta casa después de este terremoto?

Camila: Fue un cambio de vida total. Tenía 19 años y además de estudiar y divertirme, tuve que preocuparme de mis hermanos chicos, sobre todo en lo afectivo y de mi mamá. En la organización de la casa, pudimos contar con la ayuda de otras personas. Fue una etapa de mucha rabia y pena. Me rebelaba interiormente que nos hubiera pasado esto. Uno siempre piensa que estas cosas le ocurren a los demás, pero no a uno. También me desesperaba que estuviera deprimida, que todas las ayudas que se le daban las recibiera mal. No asumía que había que darle tiempo.

Paulo: Tuve que replantearme mi papel en la casa. Todos los días surgían nuevas complicaciones: ataques de epilepsia, se peleaba con las enfermeras, lloraba mucho. Lo más fuerte era que no podía hablar. Trataba de acompañarla y conversarle lo más posible.

¿Cómo vivieron interiormente este proceso?

Paulo: Maduré. Era un golpe tremendo, ya no podía contar con ella. Ahora yo  tenía que hacerle cariño y ayudarla a salir de su depresión. En esos momentos sabía que había dos caminos a seguir: escaparme lo más posible de la casa para no enfrentar esta dura realidad o sacar fuerzas y ponerle el hombro. Opté por lo último.

Camila: Al principio, me agobié mucho tratando de ser una mamá para mis hermanos. Pero descubrí, que a pesar de ser la mayor, mi rol no era reemplazarla. La pena y al mismo tiempo la alegría de que se hubiera salvado, me hizo tomar conciencia de lo privilegiada que era. Aprendí a salir de mí misma, a ser más generosa. Descubrí que era bueno sufrir, porque uno crece.

¿Qué los ayudó a salir adelante como familia?

Camila: La comunicación y decirnos siempre la verdad. Somos una familia donde se conversa de todo. Con mi papá me desahogaba. Ante estas crisis familiares uno cree que hay que cargar con el mundo sobre las espaldas y además de la pena, uno se angustia. Solamente hay que llegar a lo que uno pueda. Mi papá fue muy sabio, me pidió que hiciera sólo lo que era capaz.

Paulo: La familia ha sido fundamental. No sólo nosotros, sino que los hermanos de mi mamá y sus papás. Estas situaciones son un verdadero colador para apreciar a la gente que realmente vale la pena.

Ustedes han señalado que ahora tienen una mamá mejor. ¿Cómo es eso?

Camila: Su vida adquirió un nuevo sentido. Antes igual se preocupaba mucho de nosotros, pero era más fría. Hoy es tremendamente cariñosa.

Desarrollamos un nuevo lenguaje, más de piel y sentimientos. Antes de la operación era muy divertida, pero era una alegría falsa. Le faltaba espiritualidad, ser más profunda y conocerse a sí misma.

¿Dónde se ha notado más ese cambio?

Camila: En muchas cosas. Concretamente en la relación con mi abuelo. Antes se llevaban pésimo porque mi abuela siempre estuvo muy enferma y él trabajaba mucho. Ella se rebelaba  porque lo percibía como una falta de cariño, pero jamás se lo dijo. Cuando se enfermó, se atrevió a sincerarse y hoy se adoran.

Paulo: Lo noto en el día a día, en las cosas que conversamos. También en las actividades que participa. Por ejemplo, está metida a fondo en una fundación de ayuda a los discapacitados. Allí ayuda a muchas otras personas en su misma situación.

¿El matrimonio de sus padres se afectó?

Camila: Por supuesto. Mi mamá cambió, dejó de salir y por lo tanto varió también su relación. Estuvieron a punto de separarse, pero ninguno estaba dispuesto a irse de la casa y decidieron seguir juntos pero separados, por nosotros.

¿En estas circunstancias, no es mejor que se separen?

Camila: Al revés. Es un acuerdo que se funda en el compromiso de cuidar a los hijos. Es más difícil, pero mucho más valiente. Es muy bonito, porque piensan en nosotros.

Paulo: Está basado en la generosidad y les resulta. Para nosotros es un ejemplo. Existen los dos roles, toman las decisiones en conjunto. A mí no me cuentan cuentos: Cuando los padres se separan, la familia se destruye.

Lic. Rosa Elena Ponce V. 

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