Carmen Bassy
Jugar con niños entre dos y seis años es un reto al que
muchos adultos no saben enfrentarse. Ya no son los bebés
a los que cualquier carantoña les hacía felices, ni
tampoco chavales que ansíen entrar en nuestro mundo de
adultos. ¿Cómo introducirnos en su mundo de fantasía,
donde impera una lógica aplastante, pero tan
radicalmente distinta a la nuestra?
La respuesta es tan sencilla como ésta: volviendo a ser
niños. Sólo -si hacemos un esfuerzo de abstracción, y
nos ponemos en el lugar de nuestro hijo podremos
entender que ese mundo imaginario, tan sorprendente y
creativo, es el más real para el niño... y que también
nosotros estamos llamados a introducirnos en él.
¡Qué rico es!
Durante los primeros meses de vida resulta muy fácil
divertir y hacer disfrutar al bebé con cualquier
carantoña o voltereta que surja por nuestra propia
iniciativa. Basta guiñarles para que se sientan objeto
de atención, y se sientan felices. Durante este periodo,
lo habitual es que ningún adulto tenga problemas para
entretener durante horas al niño, porque aún puede
dirigir su juego. El niño aún no tiene autonomía para
hacer nada, y se deja llevar y traer, fijando su
atención alternativamente en lo que le rodea. Todo le
interesa y, por lo tanto, cualquier demostración de
interés o cariño por nuestra parte es bien recibida.
La edad de la razón
Más tarde, a partir de seis u ocho años, cuando ya tiene
uso de razón y podemos tratarle como a un pequeño
adulto, también nos resulta relativamente fácil jugar
con él, compitiendo en una partida de damas, solicitando
su colaboración para hacer una tarta o llevándonoslo al
fútbol. La razón de este acercamiento, sin embargo, no
radica en el esfuerzo de los padres, sino en la madurez
de los hijos, que comienzan a entrar en el complejo
mundo de los adultos y toman ya partido en sus
intereses: los niños hablan de marcas de coches, las
niñas de modas, etc. Son ellos quienes están entrando en
la realidad de los adultos y, aunque necesiten de
nuestra ayuda para ello, el esfuerzo es más suyo que
nuestro.
Un mundo de fantasía
Sin embargo, entre dos y seis años... no resulta tan
sencillo jugar con ellos. Durante esta etapa de su
desarrollo, el niño necesita jugar, como medio de
expresión, aprendizaje y desarrollo. El juego es algo
muy serio para él, es la vía para canalizar sus dudas,
sus preocupaciones, su curiosidad... y, por lo tanto,
puede tomar los derroteros más insospechados. Tan pronto
le encontraremos sumido en las cavilaciones de un ladrón
"bueno", como haciendo que la muñeca entre en la casita
volando por la ventana... ¿Qué le hará pensar que las
cosas son "así"?
En realidad, su mundo es distinto del de los adultos,
porque las posibilidades que le brinda la imaginación
son mucho más creativas e inesperadas que las que ofrece
la realidad de cada día. Pero aún queda un rasgo
esencialmente característico del juego de nuestros
hijos: su interés por todo lo que les rodea, que se
refleja en el juego y que les impulsa a construir una
realidad más "lógica", también les impulsa a invitarnos
a compartirla con él.
Continuará
Lic. Rosa Elena Ponce V. |