Revista Hacer Familia No. 58
Los hijos son muchas veces motivo de fricción en el
matrimonio, pero hay que conseguir a toda costa que la
sangre no llegue al río.
Peligro inminente
Nunca hay tanto riesgo de pelear por los hijos como
cuando aparecen un par de adolescentes en la casa. Las
relaciones se complican porque los propios jóvenes están
complicados buscando su propio camino en la vida y
aparece la rebeldía, la insolencia y la inconformidad.
Por otro lado, los padres se angustian preguntándose qué
va a pasar con estos hijos que hasta hace poco eran
niños modelos y ahora no quieren cortarse el pelo,
pretenden mandarse solos y se niegan a mantener una
conversación normal. "Tu hijo se vuelve un rebelde
-explica Carmen Ávila-, es lo opuesto a lo que ustedes
querían y esto produce tensión. Además, hay matrimonios
en los que los dos se sienten unidos ante la crisis,
pero hay otros que se enfrentan: este niño es así porque
tú lo has consentido en exceso".
En esta etapa los estudios de los hijos y los permisos
aparecen como los dos temas claves por los que discuten
más los matrimonios. Para evitarlo es necesario que
ambos se sienten tranquilamente a conversar y elaboren
una estrategia conjunta: ¿qué vamos a hacer con este
niño que no estudia nada y colecciona malas notas? ¿en
qué puntos específicos le vamos a exigir y de qué manera
podemos orientarlo para que asuma con responsabilidad
sus estudios? A partir de ahí es necesario hacer un plan
de acción al que deberán adherirse ambos padres sin
vacilaciones.
En el caso de los permisos lo mejor es anticipar las
situaciones y explicar a los hijos que los padres
necesitan, en algunos casos, tiempo para meditar y
decidir qué se les puede permitir y qué no: horarios,
vueltas solos o acompañados, tipos de panoramas... De
esta manera se evita que los atrapen desprevenidos y que
un permiso se convierta en una batalla entre el padre y
la madre.
Plan de acción
1.
Es necesario asumir que es imposible no discutir
por algo tan querido por los dos como un hijo. Ambos
desean lo mejor para él, pero es imprescindible decidir
en qué consiste "lo mejor" y cómo lo vamos a conseguir.
Sólo se obtiene hablando claro, con tranquilidad y
respetando siempre las preocupaciones y puntos de
vista del otro.
2.
El carácter específico del hombre -más abstracto
y con visión de largo plazo- y de la mujer -más concreto
y práctico- nos juegan malas pasadas. Para educar bien
-evitando las discusiones- es fundamental fijar una
lista de prioridades que dejen satisfechos a ambos.
A los niños se les exigirá que se laven los dientes y
boten la ropa en el canasto -obsesión femenina-, pero el
sábado se les permitirá a todos participar en el asado
familiar -organizado por el papá- aunque se manche toda
la terraza y el más chico no duerma siesta.
3.
El cansancio, las malas noches, los problemas en
el trabajo o las dificultades económicas abonan el
terreno de las discusiones: hay que contar con ellos; la
vida es así. Pero también hay que permitirse un
tiempo para descansar juntos, si se puede, o por
separado, permitiendo al otro un rato de relajamiento
que endulzará seguro su carácter.
4.
Siempre es necesario "robarse" un rato para
los dos: las conversaciones en las que se habla de
los hijos y cómo tratar un problema específico necesitan
paz y privacidad. Hay que escaparse, aunque sea durante
unas horas, sin complejo de culpa: la familia necesita
de unos padres unidos y que tengan claro para dónde van.
5.
Nunca se puede olvidar que antes que padres se
es una pareja. Por eso, en la lista de prioridades
el marido está en primer lugar para la mujer y
viceversa. Si se debe elegir entre acompañar al marido o
comprarle los materiales de costura a una hija, ésta
tendrá que esperar. Lo primero es lo primero.
6.
Cuidar las formas es imprescindible: un buen
matrimonio es aquél que ha aprendido a conversar,
sin gritos ni malas palabras, sin echarle la culpa al
otro y acepta los puntos de vista del cónyuge aunque no
los comparta.
7.
Prevenir es mejor que curar:
para evitar una discusión es bueno adelantarse a la
situación que la puede causar. Si la mujer sabe que las
tareas de los niños la agotan y que recibirá a su marido
con cara de loca y mirada asesina, tal vez sea bueno que
alrededor de las siete de la tarde dé una vuelta
caminando para ventilarse. Y si el marido detectó que
cada vez que llega a la casa y los niños le impiden
contar a su mujer su día porque le exigen que juegue con
ellos, se pone de malas, tal vez debería llamarla por
teléfono antes de salir y hacerle un breve resumen que
le permita esperar a la calma nocturna.
Lic. Rosa Elena Ponce V. |