Lic. Adriana Penerini
Antes era más fácil
En
otros tiempos ser papá era una tarea acotada a dos o
tres elementos fundamentales. Los hombres que tenían
hijos debían proveer lo necesario a su hogar, poner los
límites que sus mujeres no podían sostener por el fragor
del contacto cotidiano con los niños, dar y promover una
imagen de seguridad, de cuidado, de ser capaces de
solucionarlo todo afuera y crear para la familia -esposa
incluida- una atmósfera de estar a salvo.
Nada
los obligaba a poner las manos directamente ni en el
agua donde se lavaban los pañales, ni sobre la cuchara
de madera para revolver la papilla, ni en la cuna para
mecerla a veces horas y horas…
Leían el diario, hablaban solo lo necesario, firmaban
los boletines y prohibían -a veces sin que mediara
ninguna explicación- todo aquello que podía amenazar la
tranquilidad del hogar, o el buen nombre y el honor.
A
sus hijos los conocían bañaditos, cambiaditos, con el
pijama puesto y los cuadernos en la mochila. Algo hizo
que todo cambiara…
Todo cambia
Lo
dice la canción y también lo dicen los acontecimientos,
los años pasaron y con ellos algunas costumbres cayeron
en desuso, y otras aparecieron como alternativas nuevas
que les permitieron a los hombres tener, en relación con
la paternidad, un espacio totalmente distinto.
Tal
vez por la demanda de sus mujeres, o por propia
curiosidad algunos comenzaron a asomarse de sus diarios
- mientras leían en el sillón más cómodo de la casa- y
pudieron descubrir que, así como en el mundo pasaban
cosas, en su propio mundo, en ese, en el chiquito,
ubicado en la dirección de su propia casa, tenían lugar
también acontecimientos importantes…
Los
más valientes se animaron a intentar ser otros padres,
diferentes de los propios y tuvieron la fuerza de
inventar un nuevo modelo, tal vez más parecido a aquel
padre que hubieran querido tener, que al que realmente
tuvieron.
Así
salieron de su letargo, tocaron las panzas de sus
mujeres con sus hijos adentro, se animaron a ESPERAR ese
bebé con expectativas propias, atravesaron la sala de
espera, y entraron en la sala de partos, para estar más
cerca del asunto.
Acompañaron a sus niños a la cama y descubrieron - no
sin sorpresa- que ellos también podían contar cuentos.
Aprendieron a colorear manzanas y a poner el termómetro.
Pudieron organizarse para conocer a los maestros,
vestirlos por la mañana antes de ir al colegio,
aprendieron cuál es la chamarra de uno y cuál la del
otro, conocieron el nombre de los compañeros del club y
se levantaron de noche para saciar la sed del más
chiquito o abrazar al mayor durante una pesadilla.
Se
dieron cuenta de que podían hacer cosas de mamás sin
dejar de ser varones, que las tareas que las mujeres
venían haciendo desde que el mundo era mundo también
eran valiosas, y que dejaban cansancio pero también
satisfacción.
Mientras tanto estas señoras, las madres, sus esposas,
también asomaron sus narices y descubrieron que afuera -
en el mundo grande- también ocurrían cosas que valía la
pena conocer y no solo se quedaron en la vereda,
cruzaron la calle…y por unas horas por día buscaron
trabajo afuera…más trabajo.
¿Cómo se hace?
No
es sencillo. Todos, hombres y mujeres podemos sentirnos
tironeados. Las exigencias que nos ponemos se suman a
las que nos ponen.
Para
los hombres ser padres en la actualidad es también una
actividad de alto riesgo. A las tareas y las
expectativas de siempre se agregaron otras, y cumplir
con todo es muy trabajoso. Cuidar, ya no solo es
proveer, cuidar es estar, y para estar hay que tener
además de ganas, fuerzas y tiempo.
Estar presente no es solo volver del trabajo, es estar
concentrado, escuchar, ocuparse. Los hijos de hoy
también conocen este nuevo modelo y piden y esperan en
consecuencia, más de lo que descendientes de otras
generaciones creían merecer.
El
mundo grande también está en crisis, y amalgamar ambos
universos, el personal y familiar y el social y laboral
es complicado. El secreto parece estar en encontrar para
cada cosa la medida justa. Sin embargo el secreto es que
no hay secreto, que cada uno debería hacer su propia
experiencia y atender con un oído más sensible a sus
propias necesidades y a las de los que ama.
Los
hijos son una responsabilidad, y por ellos cualquiera
daría hasta lo que no tiene, sin embargo en la práctica
muchas veces parece que se está en deuda. Se pone mucho
énfasis en dar cosas: equipos deportivos, camionetas,
ropa de marca, en pos de un bien-estar que casi siempre
se transforma en mal-estar. ¿Es eso realmente lo que
nuestros hijos esperan de sus papás?
Tal
vez si les preguntáramos nos sorprenderíamos, en "la
bolsa de sus valores" seguramente coticen más alto un
ratito de mirar caricaturas juntos en la tele, una
hermosa mañana para hacer hot cakes que se apilan
quemados o llenos de agujeros, una ida juntos a la
peluquería, la transmisión de alguna historia
familiar…que el tan codiciado y casi inevitable viaje a
Disney.
El desafío no está en hacer más sino en hacer mejor.
Después de todo…para qué se hacen padres los hombres
sino para tener a alguien en quien volver a nacer, en
quien volver a creer cuando la realidad lo tiñe todo no
siempre del color que más les gusta.
El desafío es detenerse, mirarse, quedarse, trabajar
menos afuera y más adentro con los nuestros, porque casi
todos los hombres olvidan
-agotados por el esfuerzo que hacen por las empresas de
otros- que tienen su propia empresa…ser padres en
este siglo que comienza.
A los papás del tercer milenio y a los de siempre
¡¡¡FELICIDADES!!!
Lic. Rosa Elena Ponce V. |