José Luis M. Descalzo
Una de las virtudes-defecto más cuestionables es el
perfeccionismo. Virtud, porque evidentemente, lo es el
tender a hacer todas las cosas perfectas. Y es un
defecto porque no suele contar con la realidad: que lo
perfecto no existe en este mundo, que los fracasos son
parte de toda la vida, que todo el que se mueve se
equivoca alguna vez.
He conocido en mi vida muchos perfeccionistas. Son,
desde luego, gente estupenda. Creen en el trabajo bien
hecho, se entregan apasionadamente a hacer bien las
cosas e incluso llegan a hacer magníficamente la mayor
parte de las tareas que emprenden.
Pero son también gente un poco neurótica. Viven tensos.
Se vuelven cruelmente exigentes con quienes no son como
ellos. Y sufren espectacularmente cuando llega la
realidad con la rebaja y ven que muchas de sus obras -a
pesar de todo su interés- se quedan a mitad de camino.
Lo primero para
enseñar a los niños.
Por eso me parece que una de las primeras cosas que
deberían enseñarnos de niños es a equivocarnos. El
error, el fallo, es parte inevitable de la condición
humana. Hagamos lo que hagamos habrá siempre un
coeficiente de error en nuestras obras. No se puede ser
sublime a todas horas. El genio más genial pone un
borrón y hasta el buen Homero dormita de vez en cuando.
Así es como, según decía Maxwel Brand. "todo niño
debería crecer con convicción de que no es una tragedia
ni una catástrofe cometer un error". Por eso en las
persona s siempre me ha interesado más el saber cómo se
reponen de los errores que el número de errores que
cometen.
Ya que el arte más difícil no es el de no caerse nunca,
sino el de saber levantarse y seguir el camino
emprendido.
Temo por eso a la educación perfeccionista. Los niños
educados para arcángeles se pegan luego unos topetazos
que les dejan hundidos por largo tiempo. Y un, no
pequeño, porcentaje de amargados de este mundo surge del
clan de los educados para la perfección.
Los pedagogos dicen que por eso es preferible permitir a
un niño que rompa alguna vez un plato y enseñarle luego
a recoger los pedazos, porque "es mejor un plato roto
que un niño roto".
Es cierto. No existen hombres que nunca hayan roto un
plato. No ha nacido el genio que nunca fracase en algo.
Lo que sí existe es gente que sabe sacar fuerzas de sus
errores y otra gente que de sus errores sólo saca
amargura y pesimismo. Y sería estupendo educar a los
jóvenes en la idea de que no hay una vida sin problemas,
pero lo que hay en todo hombre es la capacidad para
superarlos.
No vale, realmente, la pena llorar
por un plato roto. Se compra otro y ya está. Lo
grave es cuando por un afán de perfección imposible se
rompe un corazón. Porque de esto no hay repuesto en los
mercados.
Lic. Rosa Elena Ponce V. |