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www.emergencia.org.mx           Mar. 30, 2009    Boletín No. 786


 

 

Aprender a corregir. Parte I

Por Alfonso Aguiló

 Es natural que los jóvenes y los mayores vean las cosas de distinto modo. Lo que sería extraño es que un adolescente y una persona madura pensaran de idéntica manera.

La educación no es empeñarse en que nuestros hijos sean como Einstein, o como ese genio de las finanzas, o como aquella princesa que sale en las revistas. Tampoco es el destino de los chicos llegar a ser lo que nosotros fuimos incapaces de alcanzar, ni hacer esa espléndida carrera que tanto nos gusta... a nosotros. No. Son ellos mismos.

Una labor de artesanía

Tener un proyecto educativo no significa meter a los hijos en un molde a presión. La verdadera labor del educador es mucho más creativa: es como descubrir una fina escultura dentro de un bloque de mármol, quitando lo que sobra, limando asperezas y mejorando detalles.

Se trata de ir ayudándoles a quitar sus defectos para desvelar la riqueza de su forma de ser y de entender las cosas.

Hay que buscar par los hijos ideales de equilibrio, de nobleza, de responsabilidad. No de supremacía en todo, porque eso acaba por crear absurdos estados de angustia. Lo que importa es fijarse unos retos que le hagan ser él mismo, pero cada día un poco mejor; que le hagan conocer las satisfacción de fijarse unas metas y cumplirlas.

La tarea de educar en la libertad es tan delicada y difícil como importante, porque hay padres que, por afanes de libertad mal entendida, no educan; y otros que, por afanes pedagógicos desmedidos, no respetan la libertad. Y no sabría decir qué extremo es más negativo.

Las cuatro reglas

Educar no es una tarea fácil. El adolescente tiende por naturaleza a enjuiciarlo todo, posee una considerable visión crítica de lo que le rodea. Eso no tiene por qué ser forzosamente malo. Por el contrario, puede ser muy bueno. Pero habría que establecer unas reglas del juego para que la crítica en la familia sea positiva.

Primera: Para que alguien tenga derecho a corregir tiene primero que ser persona que esté capacitada para reconocer lo bueno de los demás y que sea capaz también de decirlo: que no corrija quien no sepa elogiar de vez en cuando.

Porque si un padre no reconoce nunca lo que su hijo o su mujer hacen bien, ¿con qué derecho podrá luego corregirles cuando fallen? En este sentido no debemos olvidar que, el que nada positivo encuentra en los demás tiene que replantear su vida desde los cimientos: algo en él no va bien, tiene una ceguera que le inhabilita para corregir.

Con mucho cariño

Segunda: Ha de corregirse por cariño: tiene que ser la crítica del amigo, no la del enemigo. Y para eso tiene que ser serena y ponderada, sin precipitaciones y sin apasionamiento: tiene que ser cuidadosa, con el mismo primor con que se cura una herida, sin ironías ni sarcasmos, con esperanza de verdadera mejoría.

Continuará

Lic. Rosa Elena Ponce V. 

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