Por Alfonso Aguiló
Es
natural que los jóvenes y los mayores vean las cosas de
distinto modo. Lo que sería extraño es que un
adolescente y una persona madura pensaran de idéntica
manera.
La educación no es empeñarse en que nuestros hijos sean
como Einstein, o como ese genio de las finanzas, o como
aquella princesa que sale en las revistas. Tampoco es el
destino de los chicos llegar a ser lo que nosotros
fuimos incapaces de alcanzar, ni hacer esa espléndida
carrera que tanto nos gusta... a nosotros. No. Son ellos
mismos.
Una labor de artesanía
Tener un proyecto educativo no significa meter a los
hijos en un molde a presión. La verdadera labor del
educador es mucho más creativa: es como descubrir una
fina escultura dentro de un bloque de mármol, quitando
lo que sobra, limando asperezas y mejorando detalles.
Se trata de ir ayudándoles a quitar sus defectos para
desvelar la riqueza de su forma de ser y de entender las
cosas.
Hay que buscar par los hijos ideales de equilibrio, de
nobleza, de responsabilidad. No de supremacía en todo,
porque eso acaba por crear absurdos estados de angustia.
Lo que importa es fijarse unos retos que le hagan ser él
mismo, pero cada día un poco mejor; que le hagan conocer
las satisfacción de fijarse unas metas y cumplirlas.
La tarea de educar en la libertad es tan delicada y
difícil como importante, porque hay padres que, por
afanes de libertad mal entendida, no educan; y otros
que, por afanes pedagógicos desmedidos, no respetan la
libertad. Y no sabría decir qué extremo es más negativo.
Las cuatro reglas
Educar no es una tarea fácil. El adolescente tiende por
naturaleza a enjuiciarlo todo, posee una considerable
visión crítica de lo que le rodea. Eso no tiene por qué
ser forzosamente malo. Por el contrario, puede ser muy
bueno. Pero habría que establecer unas reglas del juego
para que la crítica en la familia sea positiva.
Primera:
Para que alguien tenga derecho a corregir tiene primero
que ser persona que esté capacitada para reconocer lo
bueno de los demás y que sea capaz también de decirlo:
que no corrija quien no sepa elogiar de vez en cuando.
Porque si un padre no reconoce nunca lo que su hijo o su
mujer hacen bien, ¿con qué derecho podrá luego
corregirles cuando fallen? En este sentido no debemos
olvidar que, el que nada positivo encuentra en los demás
tiene que replantear su vida desde los cimientos: algo
en él no va bien, tiene una ceguera que le inhabilita
para corregir.
Con mucho cariño
Segunda:
Ha de corregirse por cariño: tiene que ser la crítica
del amigo, no la del enemigo. Y para eso tiene que ser
serena y ponderada, sin precipitaciones y sin
apasionamiento: tiene que ser cuidadosa, con el mismo
primor con que se cura una herida, sin ironías ni
sarcasmos, con esperanza de verdadera mejoría.
Continuará
Lic. Rosa Elena Ponce V. |