La
familia tiene un papel preponderante en la educación,
debiendo formar individuos que sepan ser felices y
estables, que sepan encontrar un sentido a su vida
sabiendo coordinar y equilibrar los distintos aspectos
de la vida: personal,
profesional,
afectivo y social. Como complemento a ella, en la
educación escolar se debe transmitir conocimientos a los
niños y enseñarles a leer, escribir, calcular, razonar y
dialogar. De la calidad con que eduquemos a nuestros
hijos dependerá la calidad futura de nuestra sociedad.
Las
primeras influencias que recibe un niño provienen de su
familia, y también es en la familia donde se da una gran
parte de la educación humana, entendida como la
transmisión de valores y complementaria de la educación
académica, entendida como la transmisión de
conocimientos. Las relaciones familiares han de estar
basadas en el cariño, en el respeto de unos a otros y en
la solidaridad. La mejor forma de educar es con el
ejemplo.
Educar bien es proporcionarle al niño la oportunidad de
autovalorarse y de cultivar su propia libertad de
pensamiento. Esto pasa por atribuirle un rol activo en
la familia y unas responsabilidades que, a su medida, le
hagan necesario. A partir de aquí, educar bien es
definir claramente las pautas de conducta dentro de la
estructura familiar: imponer límites es necesario pero
hemos de ser justos, objetivos y coherentes.
La
autoridad paterna y materna en la educación no debe
inhibirse sistemáticamente por temor a resultar
autoritaria; los padres tienen responsabilidad sobre los
hijos y ninguna responsabilidad puede ejercerse sin la
debida autoridad. Hay que fomentar la familia basada en
el respeto mutuo, el amor, la cooperación, y no dejar de
lado ni el orden jerárquico ni la disciplina en los
primeros años de la educación.
Los
poderes públicos deben promover las “Escuelas de padres”
desde antes del nacimiento del hijo: igual que es
obligatoria la enseñanza para los hijos o la titulación
oficial para ejercer una profesión, debe habilitarse una
formación para padres, pues van a tener una influencia
considerable en los ciudadanos del futuro y, por tanto,
en la sociedad en la que ellos mismos vivan dentro de
unos años.
En
una situación en la que lo hijos no abandonan el hogar
parental hasta la edad adulta, la convivencia debe
plantearse más como entre adultos que como entre adultos
y adolescentes.
No
debe magnificarse el éxito profesional como objetivo en
la vida, sino equilibrarlo con el resto de facetas:
éxito afectivo, social, etc. La actividad profesional es
una forma de conseguir los ingresos necesarios, de
relacionarse, de plantearse y superar retos, pero no
puede ser la única medida del éxito de una persona.
Lic. Rosa Elena Ponce V. |